Soy una persona que llega al final de la vida y no sabe más de lo que sabía cuando era muchacho – Una conversación con Eduardo Lourenço

Fundación Ortega MuñozEnsayo, SO5

Soy una persona que llega al final de la vida
y no sabe más de lo que sabía cuando era muchacho

Una conversación con
EDUARDO Lourenço

por luis sàez delgado

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Fotos de Luis Sàez Delgado

EDUARDO LORENÇO (S. Pedro de Rio Seco, Guarda, 1923) es el más importante intelectual portugués vivo; su obra como ensayista, pensador y profesor universitario ha alcanzado relevancia internacional y ha sido reconocida con galardones como el premio de ensayo Jacinto Prado Coelho, el premio europeo de ensayo Charles Veillon, el Premio Camões, el Vergílio Ferreira, el Premio Pessoa, el Latinidad o el Premio Extremadura a la Creación. Ha recibido innumerables distinciones, como la Ordem do Infante dom Henrique, la Encomienda de número de la Orden del Mérito Civil del rey de España o el titulo de Chevalier de L’Ordre des Arts et des Lettres del gobierno francés; es doctor Honoris Causa por las Universidades de Coimbra, Nova de Lisboa, Río de Janeiro y Bolonia; en 2008 el Congreso Internacional Eduardo Lourenço reunió a especialistas de todo el mundo que abordaron su pensamiento y trayectoria. Desde el año 2002 es Administrador no ejecutivo de la Fundación Calouste Gulbenkian, una institución de referencia en toda Europa.

Esa trayectoria vital, marcada por el ejercicio de la conciencia crítica y el análisis de las identidades ibéricas, le ha llevado a ejercer la docencia en Coimbra, Hamburgo, Heidelberg, Bahía, Grenoble o Niza, y a ser autor de obras tan trascendentes para el ensayo en portugués como Heterodoxia I y II, Sentido e Forma da Poesia Neo-Realista, Fernando Pessoa Revisitado. Leitura Estruturante do Drama em Gente; Tempo e Poesia – À Volta da Literatura, O Fascismo Nunca Existiu, O Labirinto da Saudade – Psicanálise Mítica do Destino Português; Poesia e Metafísica – Camões, Antero, Pessoa; Fernando, Rei da Nossa Baviera, Nós e a Europa ou as Duas Razões, L’Europe Introuvable. Jalons pour une Mythologie Européenne, O Esplendor do Caos, o, entre otras muchas, A Morte De Colombo - Metamorfose E Fim Do Ocidente Como Mito. Fernando Pessoa, Miguel Torga o Antero de Quental, han sido objeto de su interpretación, en textos traducidos a lenguas como el francés, español, italiano, alemán o checo. Su último libro publicado es Do Brasil fascínio e miragem.

Su archivo ha sido adquirido por el estado portugués en 2015 y su biblioteca se divide entre la biblioteca universitaria de Coimbra y la del Centro de Estudios Ibéricos de Guarda. La amplia bibliografía del profesor Lourenço vive un momento de especial interés editorial, en que destaca la labor del profesor de la Universidad de Évora João Tiago Lima, quien impulsa tanto la edición de las obras completas de Eduardo Lourenço como la web que sostiene el proyecto, (www.eduardolourenco.uevora.pt), sin duda el más ambicioso de cuantos tienen a Eduardo Lourenço como objeto de estudio.

 

Encuentro al profesor en la penumbra de su despacho de la Fundación Gulbenkian; el de 2014 no está resultando un agosto caluroso en Lisboa, y en estas primeras horas de la tarde, desde el ventanal que se abre sobre el conocido jardín de la Fundación, se ve a familias y turistas que descansan junto al estanque, rodeados de un bosque breve y populoso. El silencio habitual de esta sala de madera oscura y cuero, con una voluntad de sombra permanente que prolonga la atmósfera de los espacios comunes, parece amortiguar el ruido que llega desde los libros, las notas y los periódicos amontonados sobre la mesa de trabajo: Público, El País, Le Monde, junto a varios volúmenes sobre el contacto entre portugueses y asiáticos en la época de los descubrimientos. El profesor está inquieto, acaso porque para él la llegada de los portugueses a China y la ofensiva en Donetsk tienen una condición sincrónica, tanto que la entrevista comienza con la lectura de los titulares de la prensa: Ucrania, el Estado Islámico, la confusión europea y la inminencia de los inversores chinos en Lisboa… pero antes de abordar el panorama europeo Eduardo Lourenço señala el titular que ocupa toda la portada de un periódico español, a propósito de Cataluña:

No es un asunto sencillo. Cuando un lugar, grande o pequeño, quiere manifestar su dignidad histórica de una manera concreta, que le torne el sujeto de su propia historia, en la medida en que cada una de las grandes culturas del mundo tiene la misma pretensión, el problema se vuelve muy difícil. Habrá quien quiera negarlo, pero eso no es óbice para que no pretendan tener una representación de sí mismos, una expresión histórica de su identidad, sancionada por el acceso ya no a la forma de nación, o a la independencia… Y resulta mucho más difícil de concebir, aquí en Europa, la autojustificación que se concede a una nación.

No es la primera vez que Cataluña es un problema para ella y para España, a quien ha pertenecido hasta ahora. No es la primera vez, porque Cataluña fue siempre una especie de Alsacia y Lorena del conjunto del Occidente europeo, dominado durante siglos por Francia, rival de España, y por Inglaterra del otro lado, exterior a Europa, pero una gran nación que ha dominado políticamente Europa desde Waterloo hasta hoy. Y también hay una Cataluña francesa, que está muy integrada, no creo que allí haya movimientos, no hay una gran pulsión separatista en este momento, en todo caso. Tras la restauración de la democracia española esa idea latente de un federalismo potencial hizo volver a la superficie la pulsión nacionalista; paradójicamente, porque ahora muchos países europeos, casi todos, están implicados en la creación de una Europa múltiple. Esa nueva Europa se encuentra un poco entre paréntesis en este momento, porque aquello que la movía, aquello que motivó la urgencia de que Europa se uniese, era el hecho de saber que había un país, una potencia también europea llamada Rusia, en aquel momento la Unión Soviética, que podía tener la tentación de bajar más abajo y llegar hasta Lisboa... lo que nunca sucedió.

Pero, ¿cuánto va a durar esta Europa entre paréntesis, cuándo se va a cerrar el paréntesis? Eduardo Lourenço ha señalado no hace mucho que Europa se ha vuelto un museo de sí misma y, sin embargo, el presente de Europa oscila entre un museo cuando se atiende a sus referencias fundacionales y una subasta, si nos guiamos por el presente…
Es las dos cosas y un poco más que eso, por lo menos en perspectiva, sobre todo si creemos en una Europa diferente de la Europa de las naciones, la que ha sido durante siglos. Fernando Pessoa tiene un famoso verso que dice: todas las naciones son misterios, y cada nación es un misterio para sí misma. Esto es muy exacto, no podemos pensar que estemos superando esa idea cuando no es verdad, las naciones se ignoran, y peor cuando son vecinas. Cuanto más vecinas, peor. Porque el no vecino aún suscita un interés folclórico, pero eso mismo cuando se es vecino ya no tiene importancia, y ser vecino es interesante, es la misma cosa y son cosas diferentes. Es el caso de España, yo nunca me he sentido muy lejos de España, soy de la frontera, allí muy cerca, y percibí que eran como nosotros, hablaban otra lengua, parecida a la nuestra, yo entendí aquello, pero el mundo no es así, nosotros no…

La nación es una invención europea, en el sentido en que la entendemos es una invención europea: hubo imperios con diversos componentes, en grandes espacios, como el caso de Asia, pero aquí el imperio sólo tuvo una vez vigencia, el llamado Imperio Romano El resto de Europa no es otra cosa que la adaptación a los nuevos tiempos de ese paradigma del Imperio Romano que nunca ha sido superado. Pero hoy este paradigma no es nuestro, porque no sirve para un imperio, para crear un Imperio Romano es preciso que haya una nación que domine a las otras, y que se articule en torno a ellas, y ahora no hay ninguna. Bueno, sólo hay una en Occidente, y se llama Estados Unidos. Los americanos viven con otro paradigma, primero porque han resultado reyes de sí mismo, y por tanto tienen una actitud absoluta, como Aquiles, como Ulises, el destino depende de su capacidad de enfrentarse a los retos, resolverlos, pelear por ellos, están aún en una fase épica.

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Fotos de Luis Sàez Delgado

Se detiene en esa fórmula épica, acaso porque en el repaso a las referencias europeas falte un elemento esencial. ¿Y Alemania?

Alemania es una de las matrices de esa pulsión mental, Alemania es el centro de Europa y fue el Sacro Imperio, por lo tanto será la heredera en el orden de las jerarquías y de los conceptos colectivos si quiere reclamarse imperio. Siendo los bárbaros, los que vencieron o contribuyeron a vencer al Imperio Romano, se instalaron como sus sucesores. España tuvo la misma pretensión, aunque las únicas tierras imperiales que existen en Europa no son ni Francia ni Alemania, la única que aún conserva esa relación es Gran Bretaña, que es un caso aparte.

Los ingleses son un caso aparte porque su historia ha sido la historia de un super Portugal que, en la secuencia de la aventura descubridora de Europa —al frente de la que están Portugal y España— se instaló en territorios lejanos, se adaptó a esos territorios, los gobernó durante muchos siglos, dejó allí marcas indelebles y recibió también de esos países una cultura que la distingue. Ningún país que haya tenido colonias se ha dejado apropiar con tanta pasión por el país dominado como Inglaterra, aún hoy las mejores películas sobre la India son inglesas, los ingleses estaban allí en su casa porque sus relaciones también se rigen por castas... pero tuvieron esa gran habilidad para servirse de los señores que gobernaban la India antes de que ellos llegasen, llevarlos a Londres para que se reciclaran y volverlos más británicos que los ingleses. Es lo único que queda en Europa con un sentido internacionalista, aquello que fue el Imperio Británico.

La mención del pasado imperial de Inglaterra introduce esos matices -tantas veces la ironía- que hacen singular el pensamiento de Eduardo Lourenço, matices que en este caso remiten a las condiciones imperiales ibéricas, a ese laberinto imperial portugués que circunvala el globo, y que en esta conversación aparecerá intermitentemente, en muchas ocasiones como elisión frente a una Europa apenas septentrional.

Los portugueses perdieron o dejaron perder o no pudieron dejar de perder, que es la expresión perfecta, el famoso Imperio de quinientos años como como si nunca lo hubiesen tenido. Porque en verdad el 25 de abril, los portugueses de esa época, pero sobre todo la gente más a la izquierda, aceptó liberarse de un régimen no democrático, que duraba más de lo que normalmente debía haber durado, y que el coste de esa liberación fuese la pérdida de un imperio que tenía muchos años. Muchos años y una mitología: fueron los portugueses, oficiosamente y en la perspectiva europea, quienes representaron a Occidente en Oriente. Es una historia inimaginable, que un país que tenía como máximo dos millones de habitantes pudiese ir desde aquí, en barcos, hasta las costas de Malabar e instalarse allí. Un país que estuvo, en su lejanía, durante por lo menos ciento cincuenta años, dominando puntos estratégicos que aún hoy son los puntos estratégicos del mundo.

Cita Lourenço en este punto a su amigo Michel Chandeigne y hace un largo elogio de su trabajo en favor de la cultura portuguesa -se enamoró de Portugal, una de esas pasiones que sienten los extranjeros por Portugal, por Lisboa-, de la librería parisina que regenta y de la labor de sus Éditions Chandeigne.

Él mismo inauguró una biblioteca dedicada a las obras de los portugueses de la era de los descubrimientos, uno de los mayores servicios de que ha sido objeto la cultura portuguesa en el extranjero. Allí hay un librito sobre los primeros contactos que los portugueses mantuvieron con la China, y no hay libros de aventuras más extraordinarios que aquellos, porque eran peripecias inimaginables. Los portugueses llegaron primero al Japón, luego a la China, aunque se trataba más bien de una pretensión, no se entraba en la China como en un molino, que dirían los franceses, entrar en la China era un asunto serio, de manera que se tenía que pedir autorización a los gobernadores, que estaban en el sur, para que ellos lo comunicaran a Pekín, y después Pekín, cuando le daba la gana, decidía si podían entrar o no. Y ocurrió algo fantástico, los portugueses querían que los recibiese el rey, el emperador de la China, considerado un dios. Esa figura era un abismo, y hoy continúa siendo lo mismo: ahora, en vez de ser uno, es el Comité Central. Son dioses que se cortan la cabeza los unos a los otros, pero dioses.

Lo que resulta tan interesante no es cómo nosotros los percibimos, porque nosotros nos especializamos en querer entender a los otros, sino cómo ellos nos distinguen, eso es lo interesante. Cuando aquella gente tuvo ese contacto verdadero con los chinos, no se hacían idea de la influencia que irían a tener en el mundo. Mi impresión es que ellos, los chinos, van a hacer de portugueses, los chinos son portugueses para ellos mismos y el mundo: nuestra falta de identidad es rara, la gente va y se transforma en otro, Fernando Pessoa estaba preparado en nuestro inconsciente para ser lo que es, ser otra cosa, siempre cosas diferentes, un otro concepto de identidad.

Toda conversación con Eduardo Lourenço gira, siempre, alrededor de Europa. Tenga el asunto que tenga: unas veces, a través de la inscripción de Portugal y España, se llegará a su aportación a la idea de Europa; otras, a partir de la historia de las ideas con la que el profesor ha mantenido un diálogo permanente, la biografía de Lourenço se confundirá con la tragedia europea, mito e historia. Y, sin embargo, en este momento el asombro por ese milagro de la civilización se desvanece. ¿Cuál será, entonces, el sentido y la diferencia de Europa, hoy, en un mundo globalizado?

Europa es un continente que mantuvo siempre un diálogo interno consigo mismo, antes de estar en condiciones de expandir sus teorías, sus obras, sus lenguas a otros continentes, y este diálogo le concede un lugar aparte en la historia del mundo: Europa es diferente, se ha seguido a sí misma, más allá. Curiosamente, los otros continentes no experimentaron esa necesidad, sólo nosotros sentimos la necesidad de ir allá, a verlos, a descubrirlos, hasta entrar en contacto con ellos, aunque sabemos muy bien que, como decía Paul Valéry, Europa es un pequeño cabo de Asia; sólo ahora estamos viviendo esto en serio, y por primera vez nos damos cuenta de que somos un apéndice. Resulta fabuloso que la India y la China, en este momento, y el propio Japón, parezcan más cercanos de lo que nunca fueron, pero esa aldea global continúa siendo un lugar de guerras que resultan incomprensibles para una parte de la misma Europa, conflictos que son de hoy, y posiblemente de mañana.

Pero nuestra tragedia europea no es la tragedia alemana, que ya fue, la tragedia europea es la tragedia francesa, porque Francia, que con su deseo moderno de una europeización de tipo cultural, sucedió a las formas históricas de europeización, las de Grecia, el Imperio Romano o la Italia del Renacimiento. Ha sido Francia quien, poco a poco, construye, como se decía en el Renacimiento, las artes y las letras. Después del fulgor de las ciudades italianas, fue en Francia, más organizada y más centralizada, donde nace esta idea de una especie de capital real y onírica de Europa: la Francia de Luis XIV, que era la primera gran potencia de aquella época, a medias con España y con Inglaterra. Pero sobre todo comienza a ser conocida como la Nación, con una palabra que no se usaba, que va a ser civilización, la civilización de un tipo nuevo, moderno. La civilización es un término francés, civilisation, y cuando otra nación tenga ese predominio enorme en el orden mundial, su expresión será culturel. Nosotros, y digo esto porque nosotros somos suroccidentales, nosotros resultamos más influidos por Francia que por ninguna otra nación.

Pero esa misma Francia, que presumía de un modelo de integración diferente, republicano, distinto al intercultural anglosajón, entiende como un fracaso que parte de su población musulmana se vea reflejada en los conflictos identitarios, incluso en la reivindicación agresiva de esas guerras de las que Lourenço ha reconocido en la prensa que no es defensor de las guerras de civilización, pero estas existen. La charla discurre por diferentes conflictos enquistados y lleva de la pasión eslava de Ucrania al Estado Islámico en Oriente Medio, a su crueldad con los propios musulmanes y la amenaza a todo Occidente.

Los cruzados somos nosotros, sí, pero antes de los cruzados hubo conquistadores árabes, aunque no fuesen conquistadores propiamente dichos, que estuvieron setecientos años en esta zona y, en España, más. Lo cierto es que hay mucha más historia a propósito de la hegemonía política, e incluso es evidente la huella cultural del mundo islámico en España, más que en cualquier otra parte del mundo, y por eso está presente hoy en su nueva mitología, que yo tomo muy en serio, la del nuevo califato, y el califato era un sitio maravilloso, el paraíso perdido... ese califato está en España, donde aguardan los monumentos, todas esas cosas maravillosas… y están esperando. No bromean al decirlo, toman esto en serio, porque están en una fase a la vez moderna, de modernidad, como todos los pueblos del mundo, y al mismo tiempo siguen en ese siglo del que no salieron ni salen, desde el punto de vista ideológico, ético, religioso, etc… Hemos estado enfrentados con el Islam desde que apareció, aunque nos hicimos cuenta como si no existiesen, desde que cruzaron el Estrecho y nos quedamos en este lado, y sí que existen. Con una fuerza de resistencia extraordinaria, no imaginábamos que el Islam se extendiese por el mundo entero, que se extendiese desde el Magreb hasta Indonesia, por espacios enormes, inmensos, muy poblados. Esto no quiere decir que no haya disensiones internas en el islamismo, pero no discuten el mismo tipo de divergencia: no discuten los asuntos fundamentales, y culturalmente forman una red muy fuerte. Bien, en este capítulo nosotros nos encontramos en la situación exactamente opuesta, todo aquello que durante siglos nos dio coherencia en Occidente es hoy más virtual y más pasado que algo vivido.

Se emociona Eduardo Lourenço cuando insiste en esa condición dialógica de Europa, un continente del que habla como si se tratase de una persona, como si considerase su devenir de siglos una biografía, la biografía de un intelectual -quién recordará que pudo ser el intelectual orgánico del planeta- que se debate en torno a sus sucesivas lecturas y relecturas; en más de un momento de esta conversación no consigo distinguir si el profesor habla de Europa o de él mismo y en este ejercicio de incerteza es fácil encontrar un modelo de interpretación: Europa como texto.

Europa no debería ser ningún problema... porque está ahí perfecta, esa Europa que nos hizo modernos visionarios de un tipo de Europa deseada, para la que no hay otra alternativa que aquello que ella es, actualmente. Porque, Europa ¿qué es? Europa nunca existió como sujeto histórico, Europa es una sucesión vaga de grupos de naciones vecinas unas de las otras sin homogeneidad ni en lenguas, ni en culturas, ni en religión, pero que por un tiempo ha tenido esa apariencia, sobre todo hasta la Reforma, puesto que Europa fue cristianizada en diversos siglos, con una reforma más al este, la ortodoxa. La primera gran división en Europa se produce cuando la Iglesia Católica no consigue armonizar sus pretensiones con las de la Ortodoxa; si bien se mira, advertimos que el cristianismo nació en Oriente, y por tanto es una religión de conquista, que se impone en el Imperio Romano. Una conquista por dentro, lo que implica un diálogo continuo con el paganismo, con lo que eso supone como cultura, y con la lectura que el cristianismo va a hacer de ese Imperio. Después de una cierta duda, resultó evidente que la nueva visión del mundo, la nueva creencia, no podía prescindir del legado cultural que en ese momento constituye el mundo antiguo, y por tanto se impone como tarea cristianizar rápidamente los Virgilios y los otros autores… nunca abdicaron de leer a los grandes hombres, tanto a los de Grecia como a los de Roma, las anticipaciones del cristianismo, bien fuese Platón, bien fuese Sócrates, más tarde Séneca, todo eso durante siglos. La cultura europea hace mucho tiempo que sostiene esta lectura, cuyo contenido implica un diálogo profundo: la historia de Europa es la historia de las revisitaciones que se hace a sí misma a través de diversos momentos de la filosofía, del arte, de la creencia, etc… Aunque nosotros comenzamos a ser el Viejo Mundo en el momento en que bautizamos al otro como Nuevo, pasamos a ser el Viejo Mundo, no sólo por ser el nuevo una sorpresa, somos el viejo mundo porque tras las primeras visiones de aquellas tierras, de los habitantes que allí estaban y de la manera como vivían, se tuvo la idea de que vivían como si estuviesen en otro planeta, no se podía entender cuando la historia universal era el relato de un paraíso común, el de Adán y Eva. Y esa fue una de las grandes tragedias culturales de Europa y al mismo tiempo uno de los acontecimientos más fantásticos, que la gente encuentre a alguien a quien no puede identificar. Nosotros somos el continente del paraíso perdido, así habíamos explicado nuestro origen, esa era la versión de la creación del mundo tal como nosotros la hemos conocido míticamente. Más tarde Europa intentó sustituir ese cuadro mítico por otro que llamamos revoluciones, revoluciones culturales, o revoluciones tout court. La revolución francesa no fue sólo una revolución en el orden político, histórico político, quién manda, quién tiene el poder y quién no tiene el poder, quién pierde y quién gana: la revolución francesa intentó imponerse a sí misma un calendario no cristiano, naturalista, espinosista, acaso más rousseauniano, que era algo extraordinario... y era demasiado. Yo no sé si este nuestro calendario universal permanecerá en los siglos próximos, cuando la China se imponga, o cuando inventen un calendario puramente científico, sin connotaciones trascendentes, no sé… de hecho nuestro calendario, el calendario meteorológico, que presidían los santos de esto y de aquello, ¿quién habla hoy de esas marcas, de esos santos? Soportamos muchos siglos de memoria, y del presente tenemos una cierta idea porque estamos aquí, pero en verdad no tenemos idea alguna de qué ocurrirá. Si en tan poco tiempo se han producido tantos cambios, tan fantásticos, como si fuesen diversas civilizaciones que se suceden unas a las otras, qué es lo que será de aquí a quinientos años, un mundo donde la gente viva… no tengo imaginación para eso…

La obra de Lourenço mantiene, desde el primer momento, desde la publicación de Heterodoxia I, una relación dialéctica con la literatura, que ha sido la materia sobre la que ha construido su pensamiento y, también, su interlocutor fundamental con la realidad: la literatura es su estilo de pensar. Una vez agotado el análisis de nuestra realidad con las herramientas de la academia, parece necesario recurrir al universo de la ficción. ¿refleja la literatura de nuestros días esta percepción del caos?

Siempre, siempre la literatura lo ha reflejado, una veces con un mandato casi profético y otras como simple conciencia de aquello que estaba pasando, el máximo de conciencia que tiene de sí mismo aquello que la literatura en sus diferentes aspectos refleja; la literatura es en todo caso más y menos que literatura, la literatura es aquellos que las diversas generaciones y que los creadores entienden realmente por literatura. La literatura es una lucha en el interior de ella misma para definir aquello que nosotros queremos sostener, algo que sea la expresión de aquello que la naturaleza humana es en realidad. Eso es la literatura, el espíritu que creamos nosotros mismos, para conseguir una imagen.

Entonces, y ya que conoce bien la literatura portuguesa de nuestro tiempo, ¿cómo aborda esa literatura contemporánea la expresión de la naturaleza humana, esa lucha interior?

Estamos en una fase muy interesante, vivimos una época muy diversificada y con autores que son muy conscientes no sólo de lo que fue nuestra creatividad en el pasado: la literatura portuguesa ha sido muy exterior a sí misma, porque estuvo siempre en diálogo, prácticamente desde el principio, con la literatura en francés, que disfrutó del papel de estrella cultural durante alrededor de tres siglos, y hoy está en diálogo con la esfera de la lengua inglesa, los iconos más famosos de este momento son probablemente los americanos.

Tenemos grandes autores, José Saramago, que fue nuestro premio Nobel, y lo merecía, y este país nunca más se va a curar de esa excepción tan rara, pero también hay otros creadores, António Lobo Antunes, y una escritora que en este momento está enferma y que consideramos una de las grandes autoras de la literatura portuguesa, no sólo de nuestro siglo, Agustina Bessa- Luís, y hubo otras. Una de las características que ha sido subrayada muchas veces es que se ha producido una explosión literaria femenina, que era una realidad, y hoy los grandes escritores portugueses son mujeres, sea Lídia Jorge, sean otros muchos nombres que están apareciendo constantemente.

Hace algún tiempo, en un periódico portugués, un lector se asombraba de que fuese posible encontrar paseando por las calles de Lisboa a un sabio de la categoría de Eduardo Lourenço, una cercanía que él prodiga participando en cuantas actividades le proponen. Y en la misma figura del profesor, en su dilatada bibliografía, se despierta la nostalgia por la ausencia de los otros: ¿dónde están los intelectuales como Lourenço? ¿Le gusta ser reconocido, hoy, como pensador, como intelectual, como académico…?

Cuando las personas se acercan, quedo muy sorprendido. Me estoy beneficiando de esta cosa pequeña, un cierto reconocimiento... Y recuerdo extrañado que Fernando Pessoa en vida no lo tuvo, fue apenas conocido por un grupo breve, y aunque cuando murió no resultaba totalmente desconocido, ha sido necesario casi medio siglo, y poco a poco, para que su obra sea objeto de un reconocimiento nacional, y rápidamente internacional, que hoy es vastísimo. Pero una persona no escribe para este género de cosas, aunque alguien nos manifieste que leyó o tuvo algún interés por nosotros o nuestra obra. Yo fui siempre un lector compulsivo de los otros, alguien para quien el objetivo concreto estaba fuera de sí, nosotros no aspiramos a una lectura de nosotros mismos, una lectura de nosotros mismos es narcisista, no recompensa de nada; si alguien se toma en serio esa especie de reconocimiento, acabará más idiota de lo que es. Yo soy una persona que llega al final de la vida y no sabe más de lo que sabía cuándo era muchacho.

Eduardo Lourenço ocupa un espacio central en el panorama de la cultura portuguesa y es una referencia europea. Podemos asociar su imagen tutelar de intelectual clásico con otros nombres de talante muy diferente, como pueden ser Zygmunt Bauman, Toni Negri o Hans Magnus Enzensberger, todos mayores, una generación que ha atravesado el siglo XX y que deja un legado con una difícil sucesión, acaso haciendo ciertas las palabras de Tony Judt: el intelectual como héroe es una figura en franco declive ¿cuáles son los retos de los intelectuales del siglo XXI?

Es verdad, nosotros pudimos faltar al tiempo, pero el tiempo no nos faltó a nosotros, es muy grato que me incluya en esa pléyade, en ese grupo de gente que marca hoy algunas de las referencias del pensamiento europeo, pero todos nosotros estamos atravesando una de las épocas de más difícil autolectura, por una razón muy simple: no es que no haya lecturas, sino que hay muchas. Por otro lado tenemos la sensación no de que estemos en el final de la historia, sino de que es preciso conocer la sustancialidad de la historia para que no tenga fin. No estamos al final de la historia, pero tenemos el sentimiento de una mudanza tan radical, tan fuerte, tan extraña, que es preciso ser al mismo tiempo un gran pensador, y sobre todo un gran soñador, de ciencia ficción, para imaginarse cómo será el mundo que soñamos, no de aquí a cien años, sino de aquí a cincuenta años. Ortega y Gasset ya había puesto el acento en este asunto, cuando los seres humanos apareciesen como sujetos de la historia, que esa es la rebelión de las masas, pura y simplemente: yo también soy César, yo también soy Galileo, yo también soy Newton.

Ahora bien, dada la metamorfosis que ha conocido la enseñanza en el mundo, y que cada vez las generaciones resultan más cultivadas, por lo menos de forma abstracta, y sobre todo que esas generaciones tienen poderes que son poderes casi mágicos, no es posible conservar las modalidades de representación de una sociedad libre tal como fueron imaginadas y construidas, a lo largo de los siglos, sobre todo los últimos tres siglos, en una altura en que las personas disponen en todo momento de capacidad de intervención en su propia historia y en la historia general. Estas escenas de los partidos, que convocan, que van a votar, y después delegan, cuando eso sucede hoy instantáneamente, cuando estamos distraídos en relación a nuestra capacidad de intervenir y modificar nuestra relación con los otros, con el mundo, sin cesar, eso es nuevo en esta vida vieja, y ocurre ahora mismo.

Lo más extraordinario, y voy a repetir un cliché de las perspectivas culturales de los últimos siglos, es que parece que han desaparecido del horizonte de nuestra cultura aquellas finalidades sagradas, absolutas, en todos las categorías, en las categorías religiosas, ideológicas, culturales, etc... Y lo único para lo que tenemos destreza es para convertir en espectáculo todo cuanto nos rodea. De manera que parece que sólo vivimos para ser espectadores de nuestras propias historias, que podríamos pasar la vida entera viendo la televisión y morir sin saber que estábamos aquí vivos y que existía algo, como antiguamente, algo de lo absoluto que nos atormentaba y cuyo enigma queríamos descifrar.

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Fotos de Luis Sàez Delgado