JORDI JULIÀ
Discurso sobre la poesía de Jaime Gil de Biedma, por un lector catalán*
Es todo un honor para mí estar presente en Nava de la Asunción como representante del Institut Ramon Llull y de la cultura catalana para homenajear a un gran escritor como Jaime Gil de Biedma, justo cuando se cumple el aniversario de su muerte, y se da a conocer el fallo del Premio Internacional de Poesía que lleva su nombre. A pesar de ser demasiado joven para haberle conocido personalmente, como lector de sus obras puedo decir que he llegado a tener una idea aproximada de su mundo y su poesía. De hecho, a su producción en verso deben mucho los poemas que he compuesto, ya desde mis primeros libros de fines de los años 90. Es evidente que la influencia de la poesía de Jaime Gil de Biedma se ha dejado notar en gran parte de la producción lírica castellana de fines del siglo xx (pienso, sobretodo, en los poetas llamados de la otra sentimentalidad), pero no podemos desdeñar el influjo ejercido sobre gran parte de la poesía catalana de los últimos cuarenta años. Algunos de los escritores que nos precedieron en anteriores ocasiones en este mismo lugar dieron cumplida cuenta de cómo sus poemas fueron un modelo para sus versos, más allá de la experiencia vital con el poeta: Joan Margarit, Marta Pessarrodona, Pere Rovira o Àlex Susanna, entre otros. Así pues, su memoria está viva en la tradición lírica catalana, no solo porque fue un creador que residió casi toda su vida en Cataluña, sino porque es uno de los grandes escritores de la tradición europea contemporánea que los poetas catalanes siguen leyendo. Hay, además, un elemento añadido que hace que lo sintamos un creador muy próximo a nuestra tradición inmediata, y es la cómplice amistad personal y poética que mantuvo con Gabriel Ferrater: ambos acordaron cambiar la tradición lírica de sus lenguas natales respectivas, y a fe que lo consiguieron.
Antes de entrar a exponer algunos de los rasgos típicos de la poesía de Jaime Gil de Biedma, quisiera aventurarme a detallar aquellas virtudes que explican que su propuesta lírica descollara en la grisalla de los años 60 y se convirtiera, desde entonces, en lectura habitual de tantos lectores y ejemplo para muchos escritores. En primer lugar, cabe destacar que Gil de Biedma adoptó una sinceridad moral poco común ante cualquier tema (ya fuera político, social o sentimental), siempre dispuesto a atreverse a mostrar «un corazón infiel, desnudo de cintura para abajo» (como escribió en el poema «Pandémica y celeste»). En segundo lugar, sobresale en sus versos la justa modulación de tono («con sordina», como él mismo describía) con que supo abordar cada aspecto o situación poética, siempre usando un lenguaje apropiado, pero completamente natural y cotidiano, a menudo prosaico (que contrastaba con la idea de poesía musical y más encorsetada de la tradición anterior a la guerra). Y, finalmente, cabe resaltar la libertad con que trató las relaciones amorosas, que dejaban de ser estrictamente matrimoniales o sentimentales y se convertían en encuentros corporales (sin excluir el deseo, la pasión ni el sexo), y sin tener que convertir a la mujer en objeto del poema, ya que en sus versos se limitaba a hablar de cuerpos o de miembros concretos (nunca de géneros). Esta fue una lección aprendida principalmente en Kavafis, cuyos poemas también pueden ser leídos desde una perspectiva heterosexual u homosexual.
Formalmente, en sus inicios (especialmente en Las afueras, y en todo el libro Compañeros de viaje ), la voz del autor es más meditativa y derivativa, y a menudo los poemas tienden a alargarse, sin que a veces pueda determinar donde acabarlos. Pronto, no obstante, Gil de Biedma se fija en estructuras métricas de la tradición (una décima, una sextina, una epístola, una albada, romances, composiciones en cuartetos, etc.) que proporcionan el esquema imaginativo dentro del cual desarrollar el poema. En cuanto a la concepción y la modulación de la materia lírica, dejando de lado los poemas breves en que da una opinión o deja un comentario personal sobre la realidad (propia o común), hay dos formas básicas de composición de poema características de Gil de Biedma. Coincidiendo con el cambio entre dos de sus libros (de Compañeros de viaje a Moralidades), pasa de la mayor introspección de una anécdota poco delimitada y absorbida por la continua reflexión a la más clara descripción de una situación real, acompañada de comentarios. Así lo expuso el autor por carta a José Ángel Valente el 31 de noviembre de 1959: «Mis ideas son un tanto vagas todavía, pero me gustaría hacer lo contrario que en Compañeros… Mientras que en éste lo que viene principalmente dado es la experiencia de mi desarrollo moral e intelectual, el próximo (al que provisionalmente he bautizado Coplas y discursos) hablaría acerca de los demás y de las cosas más dispares, fiando únicamente la unidad del libro al hecho de que unos y otras vendrán dados a través de mi experiencia de ellos». Así pues, el yo poético no es quien protagoniza el poema, se convierte en un simple comentador privilegiado de la vida de otro personaje a quien, no obstante, conoce perfectamente, y con el que parece que se haya establecido algún vínculo emotivo que le lleva a opinar sobre la situación en que vive. Este sería el caso del poema «La novela de un joven pobre», protagonizado por Pacífico Ricaport —quizá amante ocasional en Manila—, a quien el yo se dirige para averiguar (en la distancia física y temporal) qué habrá sido de él (como sucedía en «París, postal del cielo», actualizando una fórmula aprendida de Jacques Prévert): «Adónde habrás ido a parar, | Pacífico, viejo amigo, | tres años más viejo ya? | Debes tener veinticinco». Este mismo modelo lo hallamos en la pieza titulada «A una dama muy joven, separada», que concluye con una consideración sobre la catadura moral de la sociedad española de los años 60: «Porque estamos en España. | Porque son uno y lo mismo | los memos de tus amantes, | el bestia de tu marido».
Entre estas dos formas extremas surge el poema característico de Jaime Gil de Biedma, con el cual consiguió sus mejores frutos poéticos, y es el que mezcla la reflexión moral con la interacción con otro personaje o con un episodio concretado en un lugar específico. Estos poemas se inician con una escena real (generalmente del pasado vivido por el yo poético) que ya se insinúa en el título o en los primeros versos (o la estrofa inicial), y, a medida que se va exponiendo aquel episodio, la voz del yo lírico (que se enfrenta moralmente a un instante de su vida y lo evalúa) va opinando sobre éste, y añade consideraciones a propósito del momento presente. A menudo, el poema suele ir dirigido al coprotagonista de aquel recuerdo, quien es interpelado, en tanto que tú poético, sobre su situación actual. Esa es la auténtica poesía de la vivencia, tal y como la expuso Gil de Biedma en la conferencia «Leer poesía»: «“Poesía de la experiencia” consiste en concebir el poema como el simulacro de una experiencia real, como si el poema, en cuanto poema, estuviese ocurriendo, estuviese sucediendo». Y nada mejor para lograr esa autenticidad, para el poeta, que rememorar episodios pasados de su vida, de la infancia (en plena guerra), de la juventud, de sus viajes o de sus encuentros amorosos, y convertirse en personaje de sus propias situaciones vividas. Como comentaba en esa carta de 1959 a Valente: «este tipo de poesía requiere la conversión del yo que habla en un personaje: lo que en ellos está es Jaime Gil de Biedma impersonating Jaime Gil de Biedma. | Bien, mi nueva “impersonación” va a ser la de comentarista y locutor de radio. Aspiro a esa mezcla de impersonalidad, oficiosidad, simpatía, thoughtfullness y ligereza que constituye al buen locutor de radio: una impersonalidad personal». Gracias a esta impostación poética, a este desdoblamiento, será capaz de increparse a sí mismo como si fuera otro (en el famoso «Contra Jaime Gil de Biedma») o de suicidarse líricamente en «Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma».
Centrémonos en estos poemas modélicos de la vivencia o de la experiencia, porque tendrán una carga muy alta de teatralización: el yo convertido en personaje de sí mismo recuperará un episodio histórico, personal o sentimental, que generalmente protagonizará junto a otro personaje. Claro que después de leer los diarios de Gil de Biedma descubrimos que la mayor parte de poemas coinciden con situaciones reales vividas por el autor que han sido estilizadas y poetizadas, relacionadas con una persona concreta o con un lugar especial. Así sucede en «Piazza del Popolo», «Barcelona ja no és bona…», «Albada», «Conversaciones poéticas (Formentor 1959)», «París postal del cielo», «De aquí a la eternidad», «Días de Pagsanján», «Un día de difuntos», «Peeping Tom», «Intento formular mi experiencia de la guerra», «Ribera de los alisos», «Ultramort» o «La calle Pandrossou». Ya desde los mismos títulos, sorprende, y mucho, la presencia de tantos topónimos, que se harán más concretos en determinados pasajes del poema, invitando a autentificar la experiencia expuesta (por suceder en un lugar real) y, al mismo tiempo, dotando de carácter genérico y «literario» una situación muy específica y particular, y unos lugares tan especiales para el yo poético, con los que se ha relacionado sentimentalmente. Como dijo el autor tras una conferencia titulada «Escribir poesía»,
todos hemos vivido momentos únicos, que hemos vivido como únicos y que tienen un valor sagrado para nosotros, un valor en cuanto que el recuerdo de ese momento nos devuelve una imagen total de nosotros desde el principio hasta lo que esperamos que sea el fin. Todos tenemos una cierta relación personal con algún lugar, con una ciudad o con un paisaje o con un río que de alguna forma nos restaura esa comunión antigua, con una naturaleza que es afín o que forma parte de un orden en el cual también está incluido uno mismo.
Nava de la Asunción, precisamente, tendrá un lugar destacado en la obra de Jaime Gil de Biedma, como se podrá comprobar en los diarios personales o en sus cartas (en tanto que lugar de receso, descanso y tranquilidad, óptimo para la escritura poética), pero también en su poesía: convirtiéndose la Nava en marco idóneo para teatralizar líricamente alguno de los episodios importantes de su vida. Desde aquel «Pinar del Jinete, con humo y viento seco» (del poema «Muere Eusebio») hasta la protección infantil que supuso el ámbito rural en pleno conflicto bélico, como refiere en «Intento formular mi experiencia de la guerra»: «A salvo en los pinares | —pinares de la Mesa, del Rosal, del Jinete!—». Sin olvidar la cernudiana «Ribera de los alisos». Que siempre tuvo a la Nava como su «reino», desde su infancia, y que representó para él un solaz y un remanso de paz lo demuestra la carta que escribió a Carlos Barral, en 1952, mientras estaba haciendo el servicio militar y comparó el placer de componer un poema para un amigo a aquel paisaje segoviano que coincidía con la imagen de la felicidad, allí donde el joven se reintegraba con el niño que fue:
los alejandrinos que te dediqué han sido uno de esos recodos umbríos, con álamos de agua corriente, que de vez en cuando ofrece mi tierra gentilicia: quizá el arroyo de La Balisa, frente al tejar de la Condesa, camino de Coca y cerca de mi pueblo de Nava de la Asunción; de mi casa y de ese patinillo que imagino en la siesta de las tres de la tarde, con las flores creciendo silenciosas y doliéndome entre el pecho y la camisa —como una avispa secretamente introducida. No pierdo la esperanza de que algún día vendrás a mi casa y montaremos juntos a caballo; quiero que tú también conozcas entrañablemente aquella tierra.
Después de un día en parajes naveros, puedo comprender perfectamente el amor que profesó a su tierra, llena de encantos ocultos, de gente agradable y fragante olor a tierra de pinares, y el motivo por el cual decidió que —igual que él— también fuera poema. Yacente bajo piedra, en paisaje segoviano, él se ha vuelto paraje y a través de los ojos de sus palabras todavía podemos comprender el amor que profesó a su tierra, la mirada especial a las gentes y al mundo contenida en sus versos.
* Homenaje leído en Nava de la Asunción (8 de enero de 2016).