Gabriel Magalhaes – Jugando al tenis en Catalunya

Fundación Ortega MuñozEnsayo, SO2

GABRIEL MAGALHÃES

JUGANDO AL TENIS CON CATALUNYA

Luanda, 1965

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Conocí a Enric Juliana en los suaves ahogos de un caluroso mes de junio de Madrid, hace ya casi tres años. La periodista Maria de Lurdes Vale había organizado una charla ibérica, de estas que transforman el divorcio peninsular en amable reconciliación. Creo que a mí me había tocado el papel de embajador cultural de Portugal, o algo así, y acudí puntualmente al acto, encontrándome con el único ponente que también había venido a la hora en punto: era el periodista Enric Juliana.

En esta llegada puntual a un sitio pulsaba esa mesura diplomática de quien se siente forastero. Juliana y yo nos saludamos, con la sonrisa prudente de los periféricos peninsulares. No sabía yo por aquel entonces que me encontraba ante el embajador de Catalunya en Madrid: un cargo no oficial, creado por su vibrante pluma periodística y apoyado en la historia española de las últimas décadas. Flotaba en la sala un aleteo de abanicos. En la Península Ibérica, todos somos hijos pródigos de algo que no se sabe muy bien lo que es y aquella conferencia madrileña fue como esas ventas de Cervantes, en las que todo el mundo se encuentra y las cosas acaban bien.

La relación con Juliana siguió, en los meses siguientes. Leí su libro La deriva de España y me sorprendió muchísimo la mirada que presidía a esa obra magnífica. El periodista escribía sobre su país con un punto de vista exterior, muy parecido al lusitano. Reflexionaba sobre los temas ibéricos, simultáneamente desde dentro y desde fuera, planteando análisis agudísimos que sólo puede permitirse quien no está implicado irremediablemente en lo que estudia.

Empecé a leer sus crónicas en La Vanguardia, descubriendo que Juliana era el corresponsal portugués que yo querría que hubiese en Madrid. O sea, su mirada catalana a mí, como lusitano, me valía perfectamente para entender esa España que deriva, que está derivando sin descanso. Y además Juliana escribía maravillosamente, permitiéndome estar al tanto de la realidad española sin salir de ese salón de la palabra que es la literatura.

Un artículo de Juliana suele funcionar como una espiral que arranca con los datos concretos y después empieza a levantar vuelo: ese vuelo será, por una parte, ensayístico y, por otra, literario, sin dejar de ser informativo. Algo muy difícil de hacer: escribir la literatura de la realidad. Contar las cosas con tanta agudeza que el periodismo se transforma en arte, sin dejar de ser fiel a la textura concreta de los hechos. Creo que un lector de La Vanguardia usó, a propósito de Juliana, la expresión “Tchaikovski del periodismo”: feliz y merecido apodo.

Sus textos cronísticos serán estudiados en el futuro y, poco a poco, se irán transformando en materia cultural, filosófica y literaria. O sea, la escritura de Juliana, que nace en los periódicos, migrará gradualmente hacia otros territorios que, en realidad, son su último destino. Un diario representa la candidatura de muchos presentes a un hueco en el porvenir y habrá, sin duda alguna, un lugar en el futuro para la obra periodística de Juliana.

¿Sería posible olvidar sus diálogos con el toro Segador? Esta secuencia de textos es un buen ejemplo de cómo periodismo y literatura se pueden encontrar sin cortocircuitos. Segador representa a una España embalsamada por la democracia, a una Iberia profunda y mitológica, con la cual dialoga el periodista catalán, en sus horas de perplejidad. Segador concreta también una reinvención genial y posmoderna de la piel de toro de Estrabón y de Salvador Espriu. Este toro culto, educado e inteligente humorista funciona como un portavoz actual de todo el pasado peninsular.

En los textos de la serie Segador, el arte de escribir linda con la hermosura de la faena taurina. La lidia ahora es mental, y la inteligencia vuela sus verónicas. Hay pases de pecho verbales, que nos provocan un repelús. Los argumentos se torean al hilo. Además, como en la tauromaquia a la portuguesa, todo está pensado para que nadie muera, ni el toro, ni el torero. Al final se aplaude, y el mundo es un poco más agradable, porque más dialogado, más hermoso, porque más comprensible.

Y a veces el periodista se salta definitivamente la frontera del periodismo y se transforma en autor literario en estado puro. Tal ha ocurrido con Radiacions (2011), una obra de teatro escrita en conjunto con Julià de Jòdar. Este texto en catalán constituye un nuevo ejercicio de lucidez, que nos conduce a través de un laberinto de argumentos que termina revelando, de forma sorprendente, todas las trampas que subyacen al debate social. Estamos ante una obra triste, cuya lectura nos deja desconfiados. Uno cierra el libro mirando al mundo de refilón. En cierto sentido, se trata de un texto “indignado”, como diríamos hoy en día, pero muy inteligentemente indignado.

Cuántas veces, contemplando la realidad portuguesa, me gustaría que Juliana viviese aquí, para que su mirada lúcida se proyectase sobre el recodo lusitano. Y en cierto sentido el periodista catalán habita con nosotros, pues su interés por Portugal es sincero, además de respetuoso y con un punto de enamoramiento. Se podría hacer un hermoso libro con sus textos de tema lusitano, en los cuales destaca la figura de Pessoa.

Cuando conocí a Juliana, en aquel lejano mes de junio del 2009, yo sabía poco sobre Catalunya. En realidad, los catalanes viven en su ángulo peninsular, muy arrimados a Europa y sin perder de vista el Mediterráneo. Por ello, en mis andanzas peninsulares, yo casi no había encontrado a nadie de Catalunya. No había catalanes en el País Vasco, tampoco en Salamanca o en Orense, los lugares que fueron mi hoja de ruta española. Juliana representó para mí el descubrimiento de Catalunya.

Cuando un catalán y un portugués se encuentran suele suceder un chispazo muy particular, una especie de gran maremoto cultural, que funde el Mediterráneo y el Atlántico, dando lugar a una Península Ibérica total, sin necesidad del pegamento castellano. La sensación es rarísima, porque ser catalán y ser portugués son en realidad experiencias intensamente complementarias. Uno descubre que tenía un hermano gemelo, cuya existencia ignoraba.

Los catalanes son mucho más europeos que nosotros, que hemos intentado serlo sin lograrlo. Yo diría incluso: los catalanes son los únicos peninsulares verdaderamente europeos. Lo que pasó fue que la Historia los pilló del lado equivocado de los Pirineos. Por otra parte, nosotros, los portugueses, en nuestra dependencia de tantas cosas, somos al fin y al cabo independientes: algo que los catalanes no han alcanzado. Catalunya es el espejismo de Portugal, y Portugal el espejismo de Catalunya.

Por ello, una reunión de catalanes y portugueses es algo así como encontrar el yin y el yang peninsular. Y muchas veces a lo largo de la Historia las dos naciones han jugado al tenis, dando pelotazos sobre la red castellana. Ocurrió con varios matrimonios reales, el más famoso de los cuales fue el de doña Isabel de Aragón con don Dinis de Portugal. Sucedió también en las carambolas iberistas de los siglos XIX y XX, a través del encuentro de figuras como Ignasi Ribera i Rovira y Teixeira de Pascoaes, Manuel de Seabra y Fèlix Cucurull.

Con Juliana, he aprendido que la esencia del catalán es una impresionante capacidad de diálogo, única en una Península Ibérica con marcada tendencia para el soliloquio cultural. Hace milenios que los vascos protagonizan un monólogo de dinosaurios, un castellano se escucha sobre todo a sí mismo y un portugués con frecuencia no atiende a nadie. En la Península, cada uno se encierra en su redil, culturalmente hablando, con la notable excepción de los catalanes. Dicho por otras palabras: la identidad catalana se basa en el diálogo.

Todo en Juliana es diálogo: sus artículos sobre Segador, su obra Radiacions, dialogada con Julià de Jòdar, incluso su posición delicadamente diplomática de representante no oficial de Catalunya en la capital de España. Y su arte periodístico también conforma un coloquio entre la escritura informativa y el texto ensayístico y literario. Diálogo, diálogo, siempre diálogo. Creo incluso que los catalanes no son independientes porque dialogan demasiado: el alma más interesante que tendría una Iberia unificada sería, sin duda alguna, catalana. A veces pienso también que fueron los catalanes quienes inventaron España, por vía aragonesa, y ahora están un poco arrepentidos, sin terminar de arrepentirse del todo.

En fin, con su capacidad de diálogo, con su gran generosidad, Juliana me ha arrastrado a salir de mi telaraña portuguesa. Además, enorme periodista como es, me ha reconciliado con la prensa, que puede ser hermosa literatura. Sobre los artículos de Juliana flota el espectro de Larra, que, si hubiese podido charlar con Segador, no se habría suicidado. Arte, lucidez, inteligencia, diálogo: creo que son estas cuatro palabras las que mejor definen a un periodista que es un gran escritor y cuya obra será fundamental a la hora de enjuiciar y entender las tormentosas décadas que vamos vadeando. Precisamente Juliana acaba de publicar su libro Modesta España: este volumen, que pertenece al mundo del ensayo periodístico, propone una respuesta clarividente para algunas preguntas actuales. Sobre todo para esa gran cuestión de la vivencia ibérica.

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