Ortega Muñoz en la XXIX Bienal de Venecia, 1958

Fundación Ortega MuñozEntre viñas y castaños

Por Javier González de Durana

Portada del catálogo Bienal de Venecia, 1958

El esfuerzo más exitoso de la política cultural del Ministerio de Asuntos Exteriores español durante la década de los años 50 se manifestó en la Bienal veneciana de 1958. A lo largo de aquella década, las exposiciones y Bienales celebradas en diferentes ciudades del mundo habían ido proporcionando triunfos importantes a algunos artistas españoles, como al arquitecto Ramón Vázquez Molezún en Milán 1954, los escultores Ángel Ferrant y Pablo Serrano, así como el propio Ortega Muñoz en La Habana 1953, los pintores Álvaro Delgado y Luis Feito en Alejandría 1955, el escultor Jorge Oteiza en Milán 1951 y Sao Paulo 1957, Eduardo Chillida en Milán 1954 y Venecia 1958, y el pintor Modest Cuixart en Sao Paulo 1959. Esa trayectoria culminó en 1960 con dos exposiciones definitivas en Nueva York, una en el MOMA y otra en el Guggenheim, todo lo cual revelaba la poderosa vitalidad de la creación hispana.

No obstante, el objetivo más importante anhelado por las instancias políticas promotoras de estas participaciones en eventos internacionales era el de mejorar la imagen exterior de España al presentarla, a través de sus artistas, como un país avanzado y creativamente abierto a las corrientes modernas sin perder su peculiar idiosincrasia y los vínculos con la tradición vernácula. Esta política cultural, como es bien conocido, buscaba blanquear el dictatorial régimen franquista y presentarlo como aceptable en el concierto de países democráticos.

Fueron pocos los artistas que, viviendo en España y por razones ideológicas, renunciaron a participar en estas exposiciones. La penuria del mercado español y la necesidad de darse a conocer más allá del ámbito nacional por medio de los escasos cauces de difusión existentes hizo que casi todos los artistas del momento aceptaran participar, con mayor o menor desagrado, cuando eran invitados a hacerlo.

El conjunto de obras remitido a la Bienal de Venecia de 1958 fueron 165, de las cuales 16 eran pinturas de Ortega Muñoz. El comisario de la muestra fue Luis González Robles, quien también había gestionado las anteriores participaciones artísticas españolas con sobresalientes resultados. Su selección estuvo compuesta por 19 creadores organizados en diversas secciones:

* Expresionismo Figurativo con Francisco Cossio (16 pinturas), José Guinovart (12) y Ortega Muñoz (16, ocupando con ellas dentro del pabellón español una sala especial en la que sólo estuvo él); a pesar de que Guinovart era un hombre joven de 31 años, este pequeño grupo de tres artistas tenía 48 años como edad media, mientras que los dieciséis participantes en las otras secciones daban una edad media de 32 años.

* Expresionista Abstracto, incluyendo sólo a Eduardo Chillida (17 esculturas);

* Abstracción Dramática con Rafael Canogar (7 obras), Manuel Millares (10), Antonio Saura (5), Antonio Suárez (5), Antonio Tàpies (15), Vicente Vela (6),

* Abstracción Romántica con Modesto Cuixart (5 obras), Luis Feito (6), Enrique Planasdurá (6), Juan-José Tharrats (6) y Joaquín Vaquero Turcios (6);

* Abstracción Geométrica con Francisco Farreras (6 obras), Manuel Mampaso (4), Antonio Povedano (5) y Manuel Rivera (10).

La selección mezclaba arte figurativo y abstracto, haciendo que el primero funcionara como contrapunto del segundo, incluso generacionalmente, pues Cossio y Ortega Muñoz eran los más mayores de toda la delegación y estaban allí por mérito propio, pero también para dar el relevo a los más jóvenes. Estos constituyeron la parte más nutrida, obteniendo los mayores triunfos, pues Chillida obtuvo el Gran Premio de Escultura, Tàpies recibió el premio de pintura de la David E. Bright Foundation (Los Ángeles, California) para artistas emergentes (algo así como un segundo premio del certamen) y la Unesco concedió su premio al pabellón español como conjunto. Paralelamente, el crítico de arte Vicente Aguilera Cerni obtuvo el Gran Premio Internacional de la Crítica por el conjunto de sus artículos publicados en la revista Índice relacionados con la Bienal.

Godofredo Ortega Muñoz en la XXIX Bienal de Venecia, 1958

González Robles manejó los componentes con gran habilidad, dando a entender que lo figurativo enlazaba con la gran tradición del realismo español al tiempo que éste se dotaba de un componente expresionista que lo vinculaba con la actualidad del momento y que, dentro de lo abstracto, subdividido en varias tendencias, quedaban registradas las pulsiones más internacionalistas, entre las que destacaban las de los grupos “Dau al Set” y “El Paso”. No obstante, todos ellos estarían englobados, según González Robles, dentro de una “clara filiación ibérica” y “por tanto, fundamentada en una concepción del mundo estrictamente ética (…) una constante de rigor, de austeridad, de espontánea simplicidad (existente) en todo el gran arte español”. Estas palabras son lo bastante imprecisas como para no dejar claro a qué se quería referir su autor: ¿el dramatismo, el color negro, Goya…?

Las palabras de González Robles sobre Ortega Muñoz en el prólogo de la sección dedicada a España señalan que era un “sutil analista del paisaje de Extremadura y Castilla, de los que revela la configuración esencial, la más intensa vibración observada siempre con una síntesis humana”. El texto comisarial consistió en la descripción del estado del arte en España más una breve presentación de los participantes. González Robles era buen reconocedor de artistas valiosos y excelente estratega en su difusión, pero sin un discurso teórico sólido.

Las pinturas presentadas por Ortega Muñoz fueron dieciséis, de las que ocho, todas con el título de Verano, habían sido realizadas en La Rioja y Castilla durante 1957-58, es decir, eran muy recientes, mientras que las otras ocho eran paisajes extremeños de 1950 (cuatro obras) y 1957 (otras cuatro). La selección debió de ser consensuada entre el autor y su cómplice, el comisario, como si hubiesen querido dejar constancia de la evolución vivida por el artista en sus últimos siete años. Sospecho que la selección de González Robles consistió en las ocho piezas de más reciente realización, al querer mostrar la cara más actual del pintor, mientras que las elegidas por Ortega Muñoz debieron de ser las más antiguas, gracias a lo cual un observador podía constatar cómo su percepción del paisaje había evolucionado desde descripciones más o menos detalladas hasta un sintetismo y austeridad de rango casi metafísico.