La primera exposición individual que Godofredo Ortega Muñoz tuvo en un Museo de Bellas Artes sucedió en Bilbao, entre el 8 y el 20 de diciembre de 1957. La obra del pintor ya había participado con anterioridad en exposiciones que habían tenido lugar en museos, tanto españoles como de otros países europeos, pero ello ocurrió siempre en el marco de muestras colectivas; asimismo, también había presentado individualmente sus trabajos desde 1927, pero nunca en museos, sino en galerías privadas, salas institucionales, ateneos y círculos de bellas artes… Por tanto, la de Bilbao fue la primera en un museo generalista de arte, con acreditada trayectoria, poseedor de una amplia colección de obras europeas desde la Edad Media, con programación estable de exposiciones temporales y que coleccionaba trabajos de artistas vivos con independencia de su nacionalidad, sin limitarse a los españoles, lo cual le permitió adquirir en fechas muy tempranas joyas de Paul Gauguin, Mary Cassat, Charles Cottet y Le Sidaner, entre otros artistas franceses, belgas, británicos…
Por tanto, la exposición de Bilbao representó un importante peldaño en el reconocimiento museístico de su obra, la cual había cosechado destacados premios en Bienales y Trienales internacionales en los años inmediatamente anteriores. A esta exposición bilbaína se refirió el historiador Miguel Cabañas Bravo (“El Ortega Muñoz de los años cincuenta. El éxito de la depuración esencial y realista del paisajismo” en Ortega Muñoz, MEIAC, Badajoz, 2004, pp. 119-162), dejando constancia de varios aspectos significativos, si bien se pueden señalar algunas interesantes singularidades más.
La exposición vino propiciada por la Asociación de Amigos del Museo, una entidad integrada por alrededor de 150 personas que con sus cuotas anuales suplían, en cierta medida, las insuficientes aportaciones del Ayuntamiento de Bilbao y la Diputación de Bizkaia, instituciones públicas propietarias del museo. Era curioso que dicha Asociación estuviese presidida por el alcalde de la ciudad en cuyos presupuestos municipales el Museo no estaba atendido con el cuidado necesario, lo cual auto-obligaba a la máxima autoridad edilicia a buscar recursos entre la sociedad civil. Aquel alcalde era Joaquín Zuazagoitia, un miembro ilustrado de la burguesía local, franquista inevitable, pero de sofisticada cultura y que años atrás había ejercido como sensible crítico de arte.
La programación de exposiciones temporales en el Museo estaba por completo en manos de esta Asociación de Amigos. La línea artística que atendió aquellos años fue la siguiente: en 1952 expuso trabajos de Benjamín Palencia; en 1953 obra de Pancho Cossío y la colectiva Pintores Españoles en París; en 1955 patrocinaron una amplia muestra en torno a las Tendencias recientes de la Pintura Francesa, otra similar acerca de las tendencias en la pintura italiana, una tercera centrada en la obra del pintor bermeano Benito Barrueta (entonces recién fallecido) y otra más de Antonio Quirós; en 1956, prepararon una muestra de Rafael Zabaleta y otra de Antonio Clavé; en 1957 expusieron a Gregorio Prieto y a nuestro pintor extremeño. Después de Ortega Muñoz, organizaron las del pintor Agustín Redondela y el ceramista Antonio Cumella. Tales acontecimientos iban acompañados por conferencias pronunciadas por José Camón Aznar, Luis Felipe Vivanco, el propio Zuazagoitia y variados especialistas locales y nacionales. Este era el contexto en que se integró la exposición de Ortega Muñoz: atención preferente al arte español, sin olvidar el internacional ni lo local.
El núcleo motor de los Amigos del Museo estaba constituido por quienes pocos años antes habían fundado la Sala STVDIO, una galería privada re-introductora del arte moderno en Bilbao entre 1948 y 1952 con Jorge Oteiza como animador fundamental y la participación de los maduros Ángel Ferrant y Eudald Serra junto a los jóvenes Agustín Ibarrola y Carlos Pascual de Lara, entre otros. No obstante, en el marco del Museo su programación adquirió un sesgo menos radical y juvenil, y ello a pesar de que pocas semanas antes de la exposición de Ortega Muñoz ganaba Oteiza la Bienal de Sao Paulo y Eduardo Chillida -que había triunfado en la madrileña Sala CLAN en 1954- obtenía al año siguiente semejante premio en la Bienal veneciana. El límite que parecían tener marcado para el Museo los integrantes de la Asociación era la abstracción, fuera informalista-gestual, expresionista o geométrico-normativa; ahí no entraron hasta algún tiempo después.
En un año relevante para el arte español como 1957 (fundación de grupos El Paso, Equipo 57, Parpalló…), Bilbao se adhirió al paisajismo figurativo de Ortega Muñoz con una modernidad equivalente a la de los artistas de aquellos grupos, demostrando que la abstracción no era la única manera de estar en la creación más avanzada. A la pregunta de un periodista local sobre si se consideraba vanguardista Ortega Muñoz respondió con sobriedad “Me limito a mirar hacia adelante” y a la de qué era lo que más le cautivaba de la pintura dijo: “La pureza, el hacer inocente; la espiritualidad, en suma, sufrimos empacho de sabiduría y de ciencia pictórica”.
El interés en Bilbao por la obra de Ortega Muñoz venía de lejos, pues durante la inauguración de su muestra (veintisiete piezas entre paisajes, bodegones y figuras), uno de los integrantes de la Asociación, Fernando Milicua, recorría las salas exclamando ante sus amigos y asistentes “Ya lo hemos traído, ya lo hemos traído”, como si se estuviese cumpliendo una promesa o un deseo largamente anhelado. Milicua, un poeta y ocasional crítico de arte, frecuentaba las tertulias del madrileño Café Gijón, donde conoció al historiador Juan Antonio Gaya Nuño e hizo amistad con Zabaleta, Cossio, Francisco Arias, José Mª Ucelay…, así como con Ortega Muñoz. La conexión del Museo bilbaíno con los pintores de la Escuela de París y la Escuela de Madrid era Milicua. En el Café Gijón fichaba a los artistas que después exponían en Bilbao. A la pregunta de si pensaba plasmar el paisaje vasco, el pintor dijo: “¿Por qué no? Precisamente uno de mis deseos es recorrer con Milicua una serie de rincones vascongados, empapar mi retina en verdes húmedos y tomar unos cuantos apuntes…”. No consta que finalmente pintase algún escenario vasco; lástima.
El Museo, al acabar la exposición, adquirió para sus colecciones la pintura Paisaje extremeño (óleo/lienzo, 90×117 cm., 1955) por 50.000 pesetas. Dos años más tarde, en 1959, compró una segunda obra, Verano (óleo/lienzo, 74×93 cm., c. 1957-58) por 45.000 pesetas. Desde entonces estas dos obras han enriquecido la mirada de los bilbaínos.