Las formas más sencillas suelen albergar las más profundas complejidades

Fundación Ortega MuñozEntre viñas y castaños

Ortega Muñoz. Tierras, 1978
Óleo sobre lienzo, 73 X 92 cm.
ARTIUM, Vitoria

Hace unas semanas, cuando organizaba mis ideas para comenzar este texto, leía a Holli Black: «El arte puede tener lugar en cualquier lugar». La frase es una reflexión acerca de la práctica artística de Jenny Holzer, una artista conceptual del s. XX. Sigue así: «Las formas más sencillas suelen albergar las más profundas complejidades». Nada más terminar de leer, recreé un contexto personal a partir del cual podría hablar de cómo es trabajar desde el medio rural y de las características de mi obra pictórica.

Mis referencias siempre han sido eclécticas. En la facultad me encontré con la obra de Nan Goldin, Gerard Richter y Juan Muñoz. Y la lista crece según han ido pasando los años: desde Lee Krasner a Alfredo Jaar, desde Javier Codesal a Soledad Sevilla, desde John Cage a Cy Towmbly, sin olvidar a la propia Jenny Holzer, artistas que de alguna forma están próximos a mi trabajo actual. Y como a lo que se refiere Black es que podemos hallar cualquier soporte para el arte en lo cotidiano, me gusta apropiarme de sus palabras para, a partir de ahí, hablar de pintura, de color, de Extremadura, de la experiencia vital y profesional de Ortega Muñoz y de la mía.

Creo que, a ambos, esta frase de Holli Black nos «viene al pelo»: El arte puede tener lugar en cualquier lugar. Con muchas diferencias entre su larga y mi corta trayectoria, sí he hallado algunos puntos comunes entre una y otra: ambos iniciamos nuestra formación en Salamanca, vivimos en Italia por algún tiempo, viajamos como modo de vida y amamos la pintura. Ambos, también, regresamos a nuestra tierra. Él tras la posguerra, yo tras la crisis de 2008, que ha quedado casi en una anécdota tras la reciente pandemia mundial que aún arrastramos. Volver a un país en posguerra tiene que ser demoledor. Pero cada generación tiene su talón de Aquiles y, de una forma u otra, creo que nuestra obra siempre refleja aquello por lo que pasamos. 

Al leer la biografía de Ortega Muñoz me detuve en este párrafo: «Es entonces cuando Ortega se reencuentra por fin con la silenciosa y solitaria extensión de su paisaje y con la cercana realidad de ese mundo que siente como auténticamente propio y que da soporte y concreción a su pintura». Aquí, hallo su regreso a San Vicente de Alcántara como el mío a Hervás, donde nos encontramos con el paisaje extremeño de fondo y comienza a salir nuestra verdadera esencia. La luz, las formas sencillas y los colores planos que comienzan a caracterizar la naturaleza de nuestro trabajo. Y aquí es donde me apropio de la otra parte de la frase de Holli Black: Las formas más sencillas suelen albergar las más profundas complejidades, porque es aquí donde el pintor comienza una serie minimalista, con una paleta cromática en bloques de tonos marrones, rosados, verdes y azules y formas que se debaten entre lo geométrico y lo orgánico. Su pintura figurativa toma un rumbo diferente introduciéndonos en grandes planos de lejanía, mostrando la inmensidad de los campos extremeños y, aunque con una resolución formal muy distinta, conectando de algún modo con el lirismo de mi pintura.

Estudio del color RVAN, 2020. Acrílico y grafito sobre lienzo. 114 x 146 cm.
Premio-adquisición XIII Premio de Pintura Ciudad de Badajoz.

Ortega Muñoz regresó a su pueblo cuando tenía cerca de 41 años, la edad que tengo yo ahora. Me pregunto cómo sería para él trabajar desde la periferia. No a nivel creativo sino de relaciones. Esas que hacen posible que suceda todo lo demás, las que te permiten exponer y llegar al público. Me encantaría preguntarle si fue difícil, si le costó mantenerse presente aun estando lejos. Cuando volvió a San Vicente de Alcántara ya conocía a mucha gente, había hecho infinidad de viajes, había participado en la Bienal de Venecia y había realizado su primera individual en el Círculo de Bellas Artes. Sin páginas web, redes sociales y la inmediatez de estar donde físicamente no estás, él siguió «presente». Igual que muchos artistas a día de hoy. Pero no es mi caso, ni es lo habitual en pleno s. XXI. Para mí ha sido y es fundamental esa conexión con el mundo a través de Internet. Me permite estar donde presencialmente muchas veces no puedo estar. Me facilita conectar con personas, llegar al público y dar difusión y visibilidad a mi obra.

Desde hace un tiempo me sobrevuela en la cabeza una frase que ya me he visto repitiendo en varias ocasiones: vivir en la periferia «tiene un precio». Algo que puede sonar a queja o con cierto sesgo negativo, pero todo lo contrario. Es solo una apreciación de lo que siento desde que decidí instalarme en Hervás, pueblo que no llega a los cinco mil habitantes. Y lo hice sabiendo que quería ser madre y crear/criar desde donde estoy hoy. Porque, en cierto modo, es complicado. Todo va más despacio. Estás «algo» alejada y ciertas cosas cuestan más. Sin embargo, ese tiempo dilatado es uno de los motivos por los que estoy aquí. El proceso creativo halla su espacio, hay silencio, largas jornadas de trabajo y horas sueltas muy productivas. Tengo tiempo para la burocracia (emails, llamadas, redes sociales, web, etc) y tengo tiempo de estar con mi hijo, con mi marido, con mi familia y amigos. Y viajo por placer y viajo por trabajo, que casi siempre son lo mismo: exposiciones, reuniones, eventos, talleres, ponencias… Pero no se trataba solo de vivir en un pueblo, sino de vivir en Hervás y trabajar profesionalmente desde Extremadura. De estar cerca de los tuyos, de lo que amas. De los cielos rosas, azules y naranjas al ponerse el sol y el cielo abierto cuando ha anochecido. Del Otoño mágico. Del olor a tierra mojada. Del valle. Del cerezo en flor. De la actividad cultural que se produce en las zonas rurales y de la que quiero ser partícipe. De formar parte del progreso y crecimiento de tu región. Pienso en esa adolescente de 17 años que se fue a estudiar arte sin imaginarse que veinte años después volvería al pueblo porque aún tenía mucho que absorber, que vivir. Y, sin embargo, ahora me parece la decisión más lógica y natural que he tomado en mi vida. Imagino que Ortega Muñoz debió de sentir algo parecido. O así lo quiero creer para sentirme más cerca de él.