Sierra Gorda, Arca de Vida
Por Esther Díaz Pérez
A los nueve años dejó de ser un niño acomodado de una ciudad mexicana y se convirtió en un joven que aprendió a vivir en una casa de madera y sin luz en las entrañas de un bosque de niebla. Su destino daba entonces un giro que lo convertiría, años más tarde y de manera autodidacta, en uno de los mejores fotógrafos de naturaleza de México.
Roberto Pedraza Ruiz nació en 1975 en Querétaro. Su madre era maestra de una escuela bilingüe y violinista profesional y su padre dirigía un despacho de contaduría pública. Pese a su buena posición social, decidieron dejarlo todo y comenzar una nueva vida en medio de la naturaleza. La Sierra Gorda de Querétaro, que forma parte de la Sierra Madre Oriental, sería el destino natural a donde retornaría esta familia. Al fin y al cabo el padre, y tres generaciones antes que él, habían nacido en esa tierra.
Sus padres le educaron a él y a su hermano menor en casa, y cuando pasaba cortos periodos de tiempo en la ciudad, tenía algunos profesores particulares. Además, aprendió oficios de antaño, a tocar el violín y a ser un completo naturalista.
La fuerte biofilia de Roberto comenzó a sentirse desde temprano. Cuando en 1989 sus padres decidieron formar Grupo Ecológico Sierra Gorda para salvaguardar la increíble diversidad biológica del tercio norte del Estado de Querétaro, él se involucró de lleno. Años más tarde, la organización conseguiría que se estableciera la Reserva de la Biosfera Sierra Gorda, la única hasta el momento en México creada por petición de la sociedad civil.
Hoy en día, Roberto es Jefe del Programa de Tierras para la Conservación, proyecto gracias al cual existe una Red de Reservas Naturales Privadas dentro de la Reserva. Aunque puede sonar paradógico, se trata de un mecanismo altamente efectivo en países donde las áreas naturales protegidas no cuentan con presupuesto ni personal suficiente para ser vigiladas y mantenidas. En estos terrenos privados, particularmente bosques de niebla y templados, habitan ahora sin temor a ser aniquilados especies como el puma y el jaguar. Y Roberto, que conoce íntimamente estos lugares, ha descubierto nuevas especies para la ciencia. Hoy, incluso, la Magnolia pedrazae lleva su apellido.
“Tengo el inmenso honor de conocer la locación de perchas favoritas de las guacamayas en medio de un cañón, los pasos preferidos de los jaguares y el ciclo de vida de ecosistemas y especies locales”, dice.
Éstos y otros espacios son los que sirven de inspiración al artista. Aunque la fotografía le atraía desde antes, el uso de químicos en el proceso de revelado convencional le había mantenido a la espera de que algo menos contaminante llegara al mercado. Con la revolución de las cámaras digitales, llegó el turno de mostrarle al mundo la belleza de su territorio.
Así, su labor como conservacionista se ha convertido en su proyecto de vida. Y siempre que sale a campo en tareas de reconocimiento o vigilancia, e independientemente de lo escarpado e inaccesible del lugar, carga consigo su equipo fotográfico.
Con sus exposiciones y publicaciones, Roberto Pedraza intenta educar y concienciar para que un amplio público actúe para no perder las maravillas naturales existentes en el Planeta. Antes, aclara siempre, de que sus imágenes se conviertan en piezas de museo sobre especies y ecosistemas extintos.