Adriano Duque – Sinfronías y correspondencias entre Octavio Paz y Aquilino Duque

Fundación Ortega MuñozEnsayo, SO6

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ALMERINDA PEREIRA. José Saramago. 2014

El 30 de agosto de 1982, escribía Octavio Paz a Pere Gimferrer una carta donde le daba cuenta de una reunión de poetas en la Universidad de México y su visita a Middlebury College, donde había conocido a Jorge Guillén y a don Fernando de los Ríos. En la postdata de la carta, Octavio Paz, enterado sin duda de la relación que Pere Gimferrer tenía con Aquilino Duque, se refería a la caricatura que Aquilino Duque había hecho de él en su novela La linterna mágica y le decía: “Te confesaré que, a pesar de todo esto, Aquilino Duque me parece inteligente y que encuentro que sus juicios políticos y literarios son, casi siempre, acertados. Es apasionado pero no mezquino—creo. Ahora me ha dejado una colaboración para Vuelta que publicaremos en un número próximo. Pero el personaje me ha interesado y quisiera saber más de él”.1

El primer encuentro entre Aquilino Duque y Octavio Paz se remonta a 1968, cuando Octavio Paz se hallaba de embajador en Nueva Delhi. Instado por Jorge Guillén y María Zambrano, Aquilino Duque se presentó en su casa y a raíz de esta visita, inauguraron una relación epistolar que se extendió, con notables silencios, hasta poco antes de la muerte del nobel mexicano. Ambos escritores volverían a encontrarse con en Málaga en 1987, coincidiendo con el final del Congreso de Poetas Antifascistas que había tenido lugar en Valencia el 31 de julio de 1987.

Relación de grandes altibajos, en una carta de 1981 Aquilino Duque le reprochaba a Octavio Paz sus prolongados silencios, y los achacaba a una ironía exagerada que le había llevado a exagerar ciertos claroscuros, pero aprovechaba también para confesarse de las coincidencias que lo habían llevado a coincidir en algunas apreciaciones sobre la obra de Luis Cernuda, en lo que José Ortega y Gasset llamaba sinfronismo, y que don José explicaba como una “coincidencia de sentido, de módulo, de estilo, entre hombres o entre circunstancias desparramadas por todos los tiempos.”2

Aquilino Duque achacaba la poesía moral de Cernuda a sus antipatías personales, pero reconocía en él una poesía “en la que van trenzadas la esencia del lirismo y la palabra popular, la hondura máxima y la sencillez suma.”3 En su intervención en el homenaje que la ciudad de Sevilla dedicó a su poeta predilecto el 4 de mayo de 1988, Octavio Paz se refería precisamente a la figura de Luis Cernuda y destacaba la complejidad de un personaje capaz de sobreponerse al oportunismo de las instituciones que evocaban su recuerdo: “En el caso de Cernuda, -decía- el mismo impulso contradictorio que lo llevó a romper con amigos, situaciones, ciudades y países lo llevó también, en 1936, a alistarse como voluntario en las milicias populares. Se fue a la sierra de Guadarrama con un fusil y un tomo de Hölderlin en la chaqueta. ¿Disparó? Me inclino a creer que si lo hizo fue un disparo al aire”.4

Para Aquilino Duque, el conformismo ideológico era incompatible con el oficio de escritor, y en carta de 8 de abril de 1983 le explicaba al mexicano que para él, la ideología política coincidía muy a menudo con el conformismo ideológico, y que el único capaz de combatir esta ideología era el escritor: “En los años 50 éramos antifranquistas casi todos los plumíferos, lo que pasa es que no todos usamos el antifranquismo para hacer carrera, ya que el antifranquismo, entonces como ahora, es el sucedáneo del talento. Otra cosa que encubría era la nostalgia del bolchevismo, y en ese sentido todos hemos sido alguna vez “objetivamente” algo idiotas.”5

Durante los años ochenta, Aquilino Duque colaboró en más de una ocasión con la revista Vuelta. En uno de sus artículos más importante, “El retorno a la nada: más sobre nihilismo y pacifismo” (7: 83), Aquilino Duque glosaba un artículo de Paz, “Pacifismo y nihilismo” que había aparecido en El País el 11 de agosto de ese año. En dicho artículo, Octavio Paz denunciaba el paso de un marxismo socialista a una nueva forma de ideología dogmática impulsada por los movimientos pacifistas de principios de los 80 y abogaba por una reflexión que rompiera la vuelta a un orden ya perdido: “Tal vez el Occidente ya está maduro para una crítica semejante a la del budismo, aunque en sentido opuesto: no la crítica de la ilusión del ser sino la crítica de la ilusión del tiempo. ¿Nos dejará Rusia consumar esa crítica y así renacer o aguarda a los hombres una oscuridad más larga y bárbara que la que cubrió a Europa después de la caída de Roma?”

Frente a la visión imperialista de Europa, Aquilino Duque le reprochaba a Paz “el lugar común progresista” con el que terminaba su artículo y ponía el acento no en la caída de Roma, sino en la de Bizancio, reclamando el espacio que la religión había tenido en la formación de la historia europea.6

Un año más tarde, el 10 de enero de 1984, Octavio Paz escribía nuevamente a Aquilino Duque y se disculpaba por su largo silencio, poniendo una distancia prudencial con las opiniones de Aquilino Duque. En dicha carta escribía: “Estoy avergonzado: le debo una muy larga carta, en respuesta a las suyas y a sus comentarios. No siempre estoy de acuerdo con usted pero todo lo que dice me interesa o más exactamente, me incita y me provoca. ¿No es ese el propósito del verdadero ensayista?”7

Impenitente viajero, donde más coincidía Octavio Paz con Aquilino Duque era en su percepción de la tradición y la proyección de una curiosidad que trascendía el localismo y el patrioterismo de las manifestaciones culturales. Estando aún en la India, Octavio Paz le recomendaba a Aquilino Duque la lectura del libro de A. L. Basham The wonder that was India, un recorrido por la cultura del subcontinente indostánico anterior a la llegada de los musulmanes.

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Pasados algunos años, Aquilino Duque enviaba a Octavio Paz copia de su artículo La llave de bronce de Antonio Mairena, donde relataba, en clave de memoria personal, sus vivencias en el mundo del flamenco y que serviría de base al libro La era de Mairena.8 Nada más recibir el ensayo, Octavio Paz se apresuró a enviárselo a José de la Colina, editor con Eduardo Lizalde de El Semanario Cultural del diario Novedades de México: “No sabe cómo le agradezco el envío del sugestivo y ameno (los dos adjetivos se complementan) ensayo sobre los gitanos. Voy a pedirle a José de la Colina que lo reproduzca en su suplemento: me encantó. Yo creía que los gitanos habían llegado a Europa mucho antes pues según Basham (The wonder that was India) hay noticias de que actores de la India (¿gitanos?) bailaban y cantaban en la corte del Gran Rey. Pero es plausible que los gitanos, tal como los conocemos, hayan salido de la India después del saqueo de Delhi por Tamerlán. ¿Conoce Vd. el relato de Clavijo, el embajador español ante la corte de Tamerlán, en Samarcande? Es un texto apasionante. Yo lo leí, en inglés (!), en Kabul, en la biblioteca de la Embajada Británica, hace ya muchos años. Otra coincidencia turbadora: Sigiriya es una roca enorme y sobre ella un rey parricida construyó una fortaleza casi inaccesible. En Sigiriya,- sobre una pared de la roca (es un sitio vertiginoso) hay unos frescos célebres que recuerdan a los de Ajanta y que representan tal vez unas apsaras o divinidades de las nubes- hermosísimas. Abajo de los frescos hay más de un centenar de pequeños poemas en honor de esas enigmáticas muchachas celestes, escritas al correr de los siglos por monjes y visitantes. Otra coincidencia: mientras yo escribía esta carta mi mujer leía un texto de un amigo poeta de Bengala ilustrado con motivos de Sigiriya”.9

La visión India de Octavio Paz se resumía no tanto en el descubrimiento de una realidad histórica como en un la delineación de un proyecto donde las culturas hindú y musulmana se juntaban influidas por la técnica y la economía modernas, sin perder de vista la tradición. Para Octavio Paz, el conflicto entre la tradición y el estado moderno constituía una de las claves esenciales para conocer la realidad india.10

Aquilino Duque se refirió a la India en un libro muy posterior, La era de Mairena, pero allí donde Octavio Paz había vistos fusión entre musulmanes e hindúes, Aquilino Duque reconocía el legado milenario de un estilo que le llevó a improvisar un espectáculo flamenco con otros funcionarios de Naciones Unidas (60). Años más tarde, en 1995, Aquilino Duque volvía a escribirle a Octavio Paz a cuenta de sus memorias de la India, y se volvía a asombrar de las coincidencias estilísticas. “Tú terminas –escribía él- una enumeración caótica con las palabras “cuervos, cuervos, cuervos” y yo terminaba la mía con las palabras “té, té, té.” Estamos condenados a coincidir; el nuestro es el jardín de los senderos que se entrecruzan.”11


1 Octavio Paz, Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer 1966-1997.Ed. Pere Gimferrer. Barcelona: SeixBarral, 1999. 231-232.
2 José Ortega y Gasset, “Azorín, o primores de lo vulgar.” El espectador, Madrid: Biblioteca nueva, 1950. 222.
3 Andalucía Crítica 32.
4 El País, 4 de mayo 1988.
5 Carta de Aquilino Duque a Octavio Paz. 9 de abril de 1983.
6 Carta de Aquilino Duque a Octavio Paz. 22 de agosto de 1983.
7 Carta de Octavio Paz a Aquilino Duque. 10 de junio de 1984.
8 Manuel Barrios, “La era de Mairena,” ABC de Sevilla, 2 de agosto de 1995.
9 Carta de Octavio Paz a Aquilino Duque. 1 de marzo de 1985.
10 Octavio Paz, Vislumbres de la India, Seix Barral Biblioteca Breve, Barcelona 2001.4.
11 Aquilino Duque a Octavio Paz, 3 de agosto 1995.