Sandra Benito Fernández

Fundación Ortega MuñozPoesía, SO8

SANDRA BENITO FERNÁNDEZ

I

Terco azul
ignorancia de estar en la ajena pupila
como dios en la nada
Blanca Varela

Yo ya no sé dónde encontrarte.

Me vi reflejada en las manos de la divinidad,
en pasillos con fondo negro,
pero el callejón jamás me devolvió
ni siquiera tu caricatura.

Y yo ya no sé dónde encontrarte.

No te vi en el infinito de unos párpados sellados
ni en las alas que batían los pájaros
nacidos en primavera.

En su lugar encontré una blancura
diferente a la que estaba escrita,
una nada absoluta y un constante
zumbido de silencio.

Tampoco te vi en las nubes negras
que se cernían sobre la ciudad
y ni siquiera te negué tres veces
porque nunca escuché tu susurro.

Tú nunca despegaste los labios
y yo no supe volver los ojos
hacia tus infiernos.

Pero hoy he experimentado
el peso de la belleza en mis hombros
y he tenido piedad
de ti.

Ojalá, dios, pudieras sentir
todo esto.

ii

El niño gritó que había un dios frente al televisor
metiéndose un dedo en el ancho pabellón auditivo.

Y nosotros imaginamos un dios fotografiado
en noches de verano
con la camisa profanada de plegarias,
tostado por los rayos de su particular esfera.

Un dios que bebe el refresco de la resurrección
mientras sufre el peso de su pequeña cruz,
la ausencia de aire acondicionado.

El dios que recalienta la comida en el microondas,
abre otra cerveza,
se derrama por su ancha papada de pozo ciego.

El niño tenía razón.

Descorrimos las cortinas y entrevimos
un maniquí iluminado por el televisor,
analizando con mirada atónita
la cerosa yema del índice:

ha creído reconocer al fondo,
-en algún recovecoun
lejano aullido.

iii

Todavía nos quedan guerras que vivir
a través de ancianos que sepultan sus neuronas
bajo el tejido legañoso
obstinado en brillar algunas noches de verano.

Diste luz a la niña que fue tu abuela,
a cientos de muertos que todavía
se aferran a su cuello,
le tiran de las entrañas
recitando consignas sin orden
ni concierto.

Resucitaste a aquellos huérfanos de padres
que pegaban tiros en el frente,
a otros padres
de otros niños
de otras ciudades
de otro bando.

Recogiste las cenizas de la desgracia:
un alcalde con los brazos abiertos,
tu bisabuela sellando su futuro
a través de una línea en el papel.

Les otorgaste la justicia poética.

La infinita memoria
de muertos que ahora florecen
en boca de aquellos
que nunca les pedirán
ningún salvoconducto.

iv

Siempre habrá una niña que te haga la misma pregunta.

Que olvide que tú ya eres pasto de la sinonimia
y que coloque el dedo en la llaga,
con sus ojos marchitos de tanto azul,
cuando pierdes el último comodín del juego.

¿Quieres que te invente una vida?

Y tú, aplicando el dulce filtro de la sinonimia
que esos malditos libros te han inoculado,
responderás a ese pequeño dios efímero
con el sabio desdén del que se sabe
perdedor.