Antonio Manilla

Fundación Ortega MuñozPoesía, SO9

ANTONIO MANILLA

Ieri e oggi

Rosa, oh contradicción pura en el deleite
de ser el sueño de nadie bajo tantos párpados.
R. M. R.

Ieri...

Roma onanista y ebria,
sueño de nadie bajo tantos párpados:

a la hora de la siesta,
las sombras de la plaza y las estatuas
juegan a perseguirse
y las rosas se abrazan contra sí.

Invierno. Noche prematura. Lluvia.

Crece como un arroyo tu presencia
de fuente que se entrega derramándose.

En soledad la calle
y el vago ensueño de otras vidas para la vida,
ese rumor del mundo

—aquí tan perceptible—
que invita a despojarme en ti de mí,
a echarse por la borda igual que a un peso inútil.

Hay alguien fuera, nadie, acaso tú,
Roma que en los cristales me cortejas
tratando de arrastrarme al fondo con
la posibilidad de una vida distinta,
ajena a mí, contigo


... OGGI

Desoí tus canciones de sirena.

Ahora que regreso,
dos décadas después, al mismo sitio
donde nos separamos para siempre,
al fin he comprendido
por qué nada ha cambiado,
mi ausencia de nostalgia.

No me quedé, viniste tú conmigo:

imperceptiblemente,

Fue sutil tu celada:

pura contradicción en el deleite
de no sentirse otro, sino el mismo,
estando en ti, conmigo.


Fin de la frontera

(1890)

No existe un fin al fin de los confines:
los sueños son más anchos que la tierra.

Hemos desentrañado los misterios
de ríos y montañas, conquistándolos
bajo una nueva forma:
renombrando en secreto
colinas y regatos, aboliendo
ídolos de madera y dioses de humo.

Dando nombre a las cosas
(extirpando lo viejo, eliminando pruebas
cuando fue necesario:
consideramos inhumano al hombre
con un color de piel distinto al nuestro)
a través de la posesión.

Pero llegó el momento
—algún día tenía que ocurrir—
que tanto nos temimos:
no hay nada más allá, ya nadie aguarda
dispuesto a resistirse al otro lado
de las llanuras, los desiertos, las laderas
que encienden los fanales de la tarde.

Aquí se ubica el fin de cuanto conocemos.
A partir de este punto donde se incurva el éter
no hay una nueva tierra que espera su bautizo,
aunque haya cielo y aves por el cielo:
tan solo ancho mar, huérfano mundo.
¿No queda más allá? Tendremos que inventarlo.

En la pasión sin límites. Así nace un imperio.


Pseudopoética

Ni la sangrienta guerra,
ni el odioso tirano,
ni las atrocidades de la historia
tienen a sus espaldas tantas víctimas.

Hay quien deserta, emigra, se escabulle:
ningún lugar está bastante lejos
y se vuelve de todos los viajes.

Otros se encierran voluntariamente
en un sitio apartado
—pretenden renunciar al mundo en sí:
su soledad la habitan los fantasmas.

La mayoría evita los espejos,
penitencia en pareja o se deja ir
inútilmente:
como el niño que corre
no logra desprenderse de su sombra.

Yo, sin más éxito que ellos,
poema tras poema,
a mi modo, construyo un personaje
que sólo busca un sitio
donde ponerse a salvo de la felicidad.


Fulgor oscuro

Me recuerdo escribiendo
(siempre, desde muy joven).

Ahora que ya no escribo —o lo hago apenas—,
vuelvo la vista atrás
con más tristeza que nostalgia y veo
que envejecí de golpe todos aquellos años
perdidos entre versos, recuerdos y añoranzas.

Mas ¿de qué arrepentirme?

No tuve como guía un plano del tesoro,
ni lo encontré jamás, ni lo buscaba,
pero el fulgor oscuro
de las palabras siempre estaba allí.
Brillaban en la noche.

Me llamaban.