El canto del cisne

Fundación Ortega MuñozAyN

Gustave Guillaumet (1840-1887) El Sahara, también llamado El desierto 1867 Óleo sobre lienzo Alt. 110; Anch. 200 cm. © RMN-Grand Palais (Musée d'Orsay) / Hervé Lewandowski

Gustave Guillaumet (1840-1887), El Sahara, también llamado El desierto, 1867
Óleo sobre lienzo, Alt. 110; Anch. 200 cm.
© RMN-Grand Palais (Musée d’Orsay) / Hervé Lewandowski

Remirando la pintura académica con otros ojos

La Naturaleza tiene dos faces: la tierra (lo que esta fuera) y la carne (lo que esta dentro). Esta una exposición (académica) de la carne y de la presencia humana en la representación plástica.

Orientalismos: del harén al desierto

Herederos del romanticismo que sacudió el Salón durante la primera mitad del siglo, los artistas de la siguiente generación hicieron una reinterpretación del orientalismo. Desde la perspectiva de la Academia, ofrecieron una vía de escape a los visitantes del Salón, que cayeron rendidos ante los encantos que el imaginario del harén les ofrecía. La odalisca tumbada de Benjamin-Constant se ofrece al espectador con la misma provocación que la Venus de Cabanel, pero su exotismo la hace aún más irresistible.

Durante el último tercio de siglo, una serie de pintores prefirieron buscar inspiración más allá de los estereotipos occidentales, y viajaron por España, África y Oriente Medio, ofreciendo una dimensión etnográfica visible en obras como El Sáhara, de Guillaumet o Los peregrinos yendo a La Meca de Belly. La imagen de Oriente perdurará en nuestro imaginario durante todo el siglo XX haciéndonos soñar con lugares lejanos y exóticos, atmósferas y colores apacibles en algunos casos, y contrastes sorprendentes en otros.

in El canto del cisne
Pinturas académicas del Salón de Paris
Colecciones Musée d’Orsay
Del 14 de febrero al 3 de mayo de 2015
Fundación Mapfre, Madrid

Gustave Guillaumet
El Sahara

Muy destacada en el Salón de 1868, esta obra de Guillaumet rompe con la producción orientalista de la época. Mientras que muchos de sus contemporáneos dan una representación obviamente idealizada o anecdótica de África del Norte, aquí estamos en presencia de una visión desgarradora, que se concentra en lo esencial. «Jamás el infinito del desierto fue pintado de manera más sencilla, más grandiosa y emocionante», escribe en este respecto Théophile Gautier.
Aspereza del paisaje, sentimiento de soledad y desolación, están subrayados por la división en amplias bandas horizontales del cuadro, implacable monotonía que tan sólo puntualiza la presencia de hombres y de bestias en lo lejano. Del esqueleto del primer plano, fijado en tonalidades frías, pasamos insensiblemente a la luz de la improbable caravana, que aparece en el horizonte.

Con una notable economía de recursos, una sutil graduación de los planos, que combina con el cielo nublado, la superficie polvorienta de la amplia llanura, Guillaumet logra traducir la quintaesencia del desierto. Preocupado por el detalle naturalista, logra no obstante conservar el carácter onírico e intemporal que el público de entonces relaciona con el Oriente.

in Musée  d’Orsay