FEDERICO GUZMAN

Fundación Ortega MuñozPrensa

EL PAIS

La canción del tomaco

EL PAIS. BABELIA | DOMINGO 23 DE MARZO DE 2013

LA CANCIÓN DEL TOMACO. CRÓNICAS DE VIAJE DE UNA PLANTA ESPIRITUAL

Federico Guzmán

Comisario: Michel Hubert.
Fundación Ortega Muñoz / ME1AC

Calle Museo. 5, Badajoz

Hasta el 9 de abril

Juan Bosco Díaz Urmeneta

Aunque EL tomaco surja de la fábula de un Homer Simpson metido a agricultor, Federi­co Guzmán, al imaginar y cultivar las plan­tas de este híbrido de tomate y tabaco, sigue los pasos de los antiguos magos. Los magos europeos (Ficino, Comelio Agripa, Giorda- no Bruno) no invocaban poder infernal algu­no, solo buscaban dejar hablar a la naturale­za y rastrear el encadenamiento de sus sig­nos para, favoreciéndolos sin forzarlos, pro­poner una vida diferente. Buscaban, en su­ma, conocer la naturaleza conviviendo con ella, como ya hacían antiguos agricultores y jardineros. Esta relación desapareció cuan­do la alianza entre técnica y mercado convir­tió a la naturaleza en depósito de utilidades y a los hombres en sus explotadores sistemá­ticos. Hubo, no obstante, quien permaneció atento al habla de la naturaleza. El chamán quedó al margen del compulsivo afán de explotación, que como si de un hechizo se tratara, nos lleva a olvidar que somos parte de la naturaleza. Guzmán, en Colombia, co­noció la sabiduría del chamán y su praxis. En ellas percibió un modo respetuoso y cau­to de atender a las metamorfosis de la vida. Era una manera de emplear el conocimien­to sin separarlo de la fantasía, un saber muy parecido al arte. Tal vez eso le llevó a injertar en plantas de tabaco de la vega del Genil, matas de tomate de otra vega, la del Guadal­quivir. La exposición da cuenta del proceso de cultivo del tomaco, amontona conservas de la fruta y celebra este modo alternativo de relacionarse con la naturaleza con dos murales concéntricos, verdadera instala­ción que agita el recinto central de la que fuera cárcel de Badajoz. En el dorso de esos muros, cuidados grabados: las huellas del linóleo sobre un esponjoso papel se antojan metáforas de las marcas que deja en noso­tros, a lo largo de la vida, unas fuerzas natu­rales a las que aún cerramos los ojos e igno­ramos, empeñados en reducir la naturaleza a algo inerte. De este modo, la muestra se reviste de utopía: no escribe manifiestos ni proclamas, solo sugiere, con la fantasía que moviliza el arte, que otra manera de vivir es posible.