Mario Luzi

Fundación Ortega MuñozConversaciones

CORAL GARCÍA Y CATERINA TROMBETTI

Conversación entre Coral García y Caterina Trombetti sobre Mario Luzi

octubre, 2010


La poesía de Mario Luzi está asociada indisolublemente al paisaje de su región natal, la Toscana, al ambiente rural de la provincia de Siena. Para el autor florentino, este territorio adquiere el valor de lo sacro y lo mítico, y como tal será el ámbito en el que se desarrollará su afanosa indagación de explicar y conocer el devenir de la humanidad en el planeta. Su profunda relación con la naturaleza, ya desde su infancia, hará posible esa absoluta conexión entre pensamiento filosófico y paisaje, entre escritura y entorno, entre poesía y vida. Dicho paisaje es, y al mismo tiempo no es, toscano, ya que el poeta lo selecciona y lo deforma, lo interpreta de manera peculiar para que pueda erigirse, mediante su idealización, en metáfora, en símbolo, en una alegoría existencial, en instrumento a través del cual llegar al conocimiento. Poesía, entonces, como conocimiento no tanto del yo entendido como individualidad, sino del sentido de la existencia humana en general. Muchos de los poemas de Mario Luzi parecen ser estampas, descripciones de un panorama visto desde lo alto o desde lejos; es como si quisiese ofrecernos un cuadro en claroscuros hecho de palabras y de versos, como si quisiese pintar parajes: a través de los pinceles de la poesía, se consigue visualizar al yo y con él al cosmos, a través de la palabra se desciende hasta el fondo de los campos, para resurgir después con un conocimiento más profundo. O, dando la vuelta a la imagen del descenso, se nos presenta la vida como un itinerario por una cuesta empinada o como un vuelo hacia lo alto, en busca de una verdad inalcanzable que siempre será un misterio, en el que será necesario lanzarse en picado desde las nubes, desandar el camino trazado. Es por ello que en la construcción del poema prima la voluntad “filosófica” de que su estructura misma se corresponda con la naturaleza reflexiva del pensamiento poético, que toma cuerpo en la disposición tipográfica, en los encabalgamientos bruscos, en el continuo recurso al hipérbaton, en versos y versos que se alargan y se extienden “serpenteantes” y sin comas, hasta llegar sin aliento al punto final. Luzi, además, se ha sentido siempre profundamente ligado al género pictórico, y ha sido amigo de artistas como, por citar sólo un ejemplo emblemático, Ottone Rosai. Dicha relación con la pintura le lleva a ejercer también como crítico de arte, y en diversas ocasiones se ha centrado en la figura de Rosai, dándonos interpretaciones que podemos aplicar al poeta. “En el último Rosai –dice Luzi- encontramos paisajes que se convierten en pretextos para lo sobrenatural”. Y baste recordar que ambos comparten una poética basada en la humildad, que tiende hacia la redención en términos filosófico-religiosos.

El entorno real en el que se inspira Mario Luzi está localizado, como decíamos, en el campo de la provincia de Siena. En primer lugar, La Val d’Orcia, con Pienza como centro, donde pasa sus vacaciones de verano en el aislamiento propio del escritor, alojado en un seminario, y donde puede disfrutar de la compañía de un gran interlocutor, el padre Fernaldo Flori. En dicha localidad se ha creado, además, un Centro de estudios “La barca” (título del primer poemario de Luzi), dedicado al poeta, con una biblioteca a la que donó, ya en vida, numerosos volúmenes. Y en segundo lugar, La Val di Merse, donde se sitúan otros centros más recatados y escondidos respecto a Pienza, como Chiusdino y su fracción, Montalcinello.

De todo ello vamos a hablar con Caterina Trombetti, poetisa y amiga íntima del poeta (sería más preciso decir que era “de la familia”), en la siguiente entrevista realizada en su casa de Scandicci (Florencia), el 29 de octubre de 2010.

La identificación de Mario Luzi con la naturaleza seguramente le viene ya desde la infancia, por haber nacido en Castello, ¿no crees?


Sí, Castello era sobre todo entonces el límite entre la ciudad de Florencia y el campo, y efectivamente Mario habla, en A ritroso, tra amici, nel lungo tornado del Novecento, de su infancia pasada en las calles, en descampados en los que aún no se había construido nada, donde había campos cultivados. Y después ese contacto con la naturaleza aumenta cuando a su padre, que era ferroviario, lo trasladan a Rapolano, en pleno campo de la provincia de Siena. Pero no tuvo tiempo de sentirse identificado con dicha localidad, porque le mandan al colegio a la ciudad de Siena (allí le buscan una habitación alquilada, en Provenzano, en casa de una familia). Es en la ciudad donde experimenta esta “aparición” de la belleza del arte, y del campo sienés, que le proporciona “grandes momentos de revelación”. Mario dialoga con la naturaleza, y esto se puede apreciar hasta el final de sus días. Por ejemplo, uno de sus poemas está dedicado a un árbol torcido que, aunque no sea perfecto en su belleza, o precisamente por eso, tiene su propio valor, porque Mario daba importancia a todas la criaturas, a cada ser del mundo animal, vegetal y mineral. Junto a esta atracción por la naturaleza, ya desde su juventud siente la fulguración del arte, la pintura y la arquitectura, y todo eso tiene lugar en Siena (allí descubre a Simone Martini, a Duccio, a los pintores del Trecento senese), el amor por la naturaleza y el arte nacen juntos en Siena. Luego tendrá que dejarla, cuando al padre vuelven a trasladarlo a Castello, y entonces Mario continuará sus estudios, hasta la universidad, en Florencia.

Esto que me dices resulta de gran interés para comprender mejor la poesía de Luzi, es decir, esta presencia constante de la naturaleza durante toda su vida, y ya desde la infancia…

Sí, yo ahora, si me lo permites, salto a su último día de vida para contarte algunas consideraciones que hizo y que se me quedaron grabadas… El 27 de febrero, el domingo, el día antes de su muerte, nos fuimos a comer a un restaurante a la orilla del Arno, donde en invierno se puede mirar el río desde la terraza cerrada. Hacía un frío tremendo, pero hacía sol, como hoy. Se tapó muy bien, se puso la boina, porque usaba boina, la bufanda, los guantes y el abrigo, y nos fuimos al restaurante. Y al llegar, mientras estábamos sentados y él miraba fuera – lo recuerdo como si fuese ahora mismo-, me dijo, Caterina, mira, ¿ves el árbol de la mimosa?, no ha florecido todavía, y las yemas están atrasadas. Yo no me había dado cuenta, ya sabes que aquí para el día de la mujer, el 8 de marzo, se regalan ramos de mimosa, y por tanto, para esa fecha, los árboles deben estar llenos de esas flores amarillas. Su comentario estaba relacionado con lo que estábamos diciendo en ese momento, que ese año el invierno no daba señales de abandonarnos. Te cuento esto para que veas la capacidad de observación que tenía para todo lo que se refería a la naturaleza. Y yo ahora he aprendido, y miro la mimosa en febrero para ver cómo va el invierno, y si llega por fin la primavera. Después de comer, salimos y dimos un paseo a lo largo del río, mirando el agua. Vivía, como bien sabes, cerca del río, era una de las cosas que más le agradaban de estar en Bellariva, la cercanía al río. Para él, el río, otro aspecto de la naturaleza, era fundamental, pasaba mucho tiempo observándolo, y es como si el río le hablase, de hecho hay mucho del río en su poesía, su fluir, su movimiento. Se aprendía siempre en sus conversaciones con él de sus observaciones sobre la naturaleza. Entonces dentro de la ciudad, en Florencia, tenía algo del campo en la presencia del río y del parque del paseo, y en la terraza. Le gustó la casa por el río y por la enorme terraza, donde tenía algunas plantas, ¿recuerdas el jazmín? Allí podía sentirse “al aire libre”.

Sí, recuerdo sobre todo un limonero. Además de estos paseos a lo largo del río, dentro de la ciudad, habéis paseado por las colinas, por las afueras, Mario Luzi era un gran caminante. Volviais con frecuencia al campo de Siena, a ese paisaje tan presente en los poemas de Luzi, y en concreto en Desde el fondo de los campos. A esos caminos encrespados y velados…

Sí, hemos hecho muchos viajes juntos por esa zona, y por muchos otros sitios, me pedía que lo acompañase a Pienza, a Rapolano, a diversos lugares de Florencia y de Siena donde estaba invitado, o donde tenía que ir por diversas razones. Pero los viajes más bonitos eran los de Montalcinello. Era una fiesta, cuando nos íbamos para allá, él rejuvenecía, subíamos a mi coche, él lo llamaba Ginestrina [de la Ginestra, Retama], porque es amarillo. Y se viajaba charlando, como si estuviéramos en un salón, atravesando estas tierras tan amadas por ambos…

Era como penetrar en vuestra “toscanidad”, algo que os unía y que os define a ambos, como personas y como poetas.

Sí, exactamente eso. Y los viajes más bonitos, como te decía, eran los de Montalcinello, viajes que no tenían otro objeto que el viaje en sí. Ese pueblecito pequeño, desconocido, que él no conocía hasta que le llevé yo. Cuando lo descubrió, se convirtió en una parte de su patrimonio interior, con esa naturaleza salvaje a su alrededor, que él ha definido como “secreta plaga toscana” . Secreta, no conocida como La Val d’Orcia, y precisamente por eso más fascinante, porque es misteriosa. Y ese misterio de esta tierra lo había conquistado, por eso cuando iba a visitarme a Montalcinello era una persona feliz, cuando venía a mi casa, con mi hermana y mi cuñado, y con mi hijo, lo que le atraía era la sencillez, del pueblo en sí, de sus habitantes con los que hablaba (y ellos al principio ni siquiera sabían que era el poeta, y luego el senador vitalicio, Mario Luzi) con el mismo interés y la misma sencillez innata de su personalidad: era un gran poeta del siglo XX que se comportaba como una persona disponible, tenía el sentido de la humildad, humus, la tierra. Me acuerdo de que una vez entramos a visitar una iglesia, y había uno de esos folletos que dan durante la misa, y que hablaba de la humildad. 

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Él lo cogió y me dijo que se lo llevaba, porque la humildad es algo que todos debemos alcanzar. ¡Y oírle decir eso a un hombre de casi noventa años, que había recorrido todo el siglo XX! Era un hombre aristocrático en su modo de comportarse, pero al mismo tiempo de una gran sencillez. Hay quien me ha dicho que cuando era profesor en la Universidad era distante, yo aún no le conocía, pero puedo decir que, durante los años en los que yo le he conocido, su actitud era de respeto e interés tanto si hablaba con un campesino o un albañil como si hablaba con el Presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi. Siempre de pocas palabras, eso siempre, quizá en el fondo era tímido. Lo has visto también tú, cuando nos ha abierto la puerta y nos ha recibido en su casa, no tenía personas que hiciesen de filtro, el que abría la puerta y el que contestaba al teléfono era él, y siempre estaba a disposición de los que le buscaban, no sabía decir que no, y eso ha hecho hasta el final.

Eso que me dices me parece que es algo en lo que también coincidiais. Volviendo al paisaje de las tierras de Siena…

Sí, volviendo a este viajar entre curvas, que no son las de la montaña, que son las de las colinas toscanas. Recuerdo que una vez nos paramos en Radicondoli, camino de Montalcinello, porque Mario quiso bajarse a admirar esos campos llenos de amapolas…

Las amapolas, de nuevo un símbolo de sencillez…

Sí, es cierto. Al ver ese campo de amapolas quiso bajarse del coche, y nos hicimos fotos el uno al otro, como si fuesen poemas que nos permitieran recuperar ese momento. En eso también éramos iguales, ¡qué importaba el tiempo! Nos parábamos a mirar, charlábamos sin darnos cuenta del tiempo que pasaba. Era la sensación de formar parte de la naturaleza, de estar en ella como quien es uno más en el conjunto. Y eso mismo recuerdo que sucedió en un viaje a Holanda (donde le acompañé, le había invitado el Istituto Italiano di Cultura), mientras viajábamos en tren. Ese paisaje holandés le atrajo y después lo recuperó en un poema. Esto te lo cuento como muestra del poder de atracción de la naturaleza en Mario, pero la tierra de Siena no era sólo un lugar donde ir para estar en medio de la belleza de la naturaleza, admirándola; era un lugar donde entrar dentro de sí mismo, donde recuperaba sus orígenes antiguos, era el “lugar del alma”.

La tierra áspera y dura de los campos de Siena, porque él elige esa en concreto, no la de las postales. El lugar del alma, vida y poesía que confluyen y se alimentan la una a la otra. Esto me hace recordar una de las entrevistas que le hiciste, donde afirmaba que la poesía para él no era “un objeto que hay que crear, sino algo en lo que se traducía una experiencia, por tanto la vida; una experiencia existencial”.

Es cierto, en esa tierra áspera a veces, porque es verdad, como dices tú, que no es sólo suave y verde, en ese contraste encontraba el contraste del ser humano, allí encontraba una sabiduría antigua, era como entrar en el vientre materno, en la madre. De hecho, matria es un neologismo de Mario Luzi, era la asociación de la madre y de la tierra. Su madre ha tenido una importancia muy fuerte en él, ha sido para él el puente entre su ser y su entender, también ha sido el canal hacia la religiosidad o la religión, no sé cómo llamarla, porque no era una beata, pero le hacía sentir la potencia de un creador. Estaba muy unido a la madre, lo ha dicho siempre en numerosas ocasiones, y de hecho Desde el fondo de los campos lo ha escrito después de su muerte. Por tanto, la figura materna hace acto de presencia en relación con la tierra, una tierra que se convierte en arquetipo del alma, de la suya y de toda la humanidad.

Incluso dialoga con la madre una vez muerta, la poesía hace posible eso, que la madre siga estando ahí, que sea portadora de un mensaje necesario. Además, Luzi otorga un sentido metafísico a ese caminar a través de las cuestas, subiendo hasta lo alto y descendiendo hasta el fondo, donde aparecen animales junto al ser humano, todos unidos en un mismo destino.

Sí, cuando habla de la tierra de Siena, va más allá de la realidad de un paisaje existente, no hay duda alguna.

Una realidad que en un período determinado se ha centrado en la localidad de Pienza.

Sí, Pienza ha sido un capítulo importantísimo, la primera vez fue allí casi por casualidad, necesitaba reposo en algún sitio cerca de Florencia, pasó allí las vacaciones de verano. Y allí encontró al padre Flori, que le acogió en el seminario donde residía, y que ha sido la figura que ha hecho que Pienza fuese tan importante para Mario. Una persona que para él era el emblema de lo que debería ser un verdadero sacerdote. En Pienza estaba al reparo dentro de los muros del seminario, vivía allí con una gran simplicidad o incluso austeridad. Una monja, Suor Quartina (un nombre que siempre me ha parecido curioso), se ocupaba de prepararles la comida, y allí Luzi podía escribir, leer y sobre todo conversar con su amigo. Cuando muere el padre Flori, Mario lo siente como un enorme pérdida, porque ha perdido al otro con el que hablar y reflexionar, y además a partir de entonces se queda sin alojamiento. De todos modos, la Curia le proporciona un apartamento extremamente austero, de la Cáritas, en la via del Bacio, con un vista impresionante del valle que es lo que para él tenía más valor, igual que en Florencia su casa era importante por la terraza, no por la casa en sí.

Entonces iba allí a escribir, era el refugio o torre de marfil del poeta.

Sí, allí podía escribir durante el mes de verano, dedicarse a la revisión de los poemas que había ido acumulando durante todo el año, en agendas, y que en Florencia no había podido preparar para la publicación, porque siempre tenía muchos compromisos que se lo impedían. Lo que pasa es que en 2003 Mario tuvo un infarto mientras estaba en esta casa, tuvo que arrastrarse por las escaleras él solo hasta la planta baja, donde estaba el teléfono, para llamar al médico que lo llevó al hospital. Afortunadamente se recuperó y siguió teniendo una vida muy activa, con muchos viajes y su trabajo como senador, hasta su muerte el 28 de febrero de 2005.

Después del infarto, ya no era el caso de volver a la misma casa.

No, no podía volver a esa casa, se suponía que iban a proporcionarle otro alojamiento, pero como en abril todavía no le habían propuesto nada, él empezó a preocuparse, y entonces yo le comenté que podía buscarle casa en Chiusdino, a pocos kilómetros de Montalcinello, y encontré una casa como la quería él, cómoda, de una sola planta, con todos los servicios imprescindibles (farmacia, quiosco de periódicos) que no hay en Montalcinello, con vistas a La Val di Merse en lugar de La Val d’Orcia. Además, con el paso del tiempo Pienza le había llegado a resultar una villa demasiado centrada en el comercio y el turismo, y como además se sabía dónde se alojaba, iba demasiada gente a entrevistarle o visitarle, con lo cual había dejado de ser su “buen retiro”, y no podía trabajar. En Chiusdino se sentía muy satisfecho, decía que desde la ventana de su nueva casa se respiraba el pasado etrusco. Es allí, entonces, en Chiusdino, donde pasó su último verano, y donde dijo que quería volver al año siguiente, aunque eso ya no pudo ser. Había encontrado allí su nuevo refugio donde dedicarse a la escritura, y yo estaba muy cerca, de manera que nos juntábamos para comer en Chiusdino o en mi casa de Montalcinello.

Sí, sé que también ha estado en tu casa, en Montalcinello, donde yo misma he tenido el placer de ser invitada, y donde he podido leer un poema manuscrito de Luzi, enmarcado y colgado en el dormitorio, en el que habla de tu casa como de un refugio, de un hogar cálido.

Sí, durante los últimos quince años de su vida, dos o tres veces al año, iba a Montalcinello, por Semana Santa, en verano. Y otras veces íbamos sólo a pasar el día allí, con mi familia, y luego regresábamos a Florencia. En Montalcinello nadie le pedía autógrafos, y podía hablar con los campesinos del lugar con toda tranquilidad, sin que le pidieran nada, y pudo constatar la riqueza de la lengua de los habitantes del territorio. Íbamos muy a menudo.

Sí, sé que en cuanto puedes te escapas a Montalcinello, haga frío o haga calor, y no me extraña que sea así, sobre todo si recuerdo la vista del valle desde tu ventana, la tengo presente en una noche muy fría de principios de otoño, y después ya de día, cuando pude fotografiarla (sin duda un lugar propicio para reunir Historia y Poesía).

Con ese paraje en la mente, aceptemos la invitación de Luzi, y coloquémonos en las alturas: desde ahí se puede admirar un panorama explícitamente toscano, sentido y amado en cada sílaba con una austeridad contenida que, por una vez, se desborda en versos que son como colinas:

Esta tierra gris peinada por el viento en sus cumbres
en su galopada hacia el mar,
en la estampida de ganado bajo los yugos
y los contrafuertes del interior, vista
en el vértigo desde las explanadas, despliega
luz, despliega años luz misteriosos,
despliega un único destino en varias versiones.